Page 265 - La máquina diferencial
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balas que silbaban entre las vigas del techo. Entre los montones de mercancía
relucían la luces de algunos faroles.
Oyeron más órdenes y cesó el fuego. Del tejado les llegó un golpeteo continuado
que desapareció enseguida.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Tom.
—Parecían ratas escabulléndose —dijo Mallory.
—¡Lluvia! —sugirió Fraser. Mallory guardó silencio. Le parecía más probable
otra precipitación de cenizas. De repente la oscuridad volvió a iluminarse. Mallory se
asomó por el borde.
Una multitud de rufianes se había arrastrado hasta llegar prácticamente a los pies
del baluarte, descalzos y en absoluto silencio, algunos con cuchillos entre los dientes.
Dio la voz de alarma con un bramido y empezó a disparar.
Lo cegaron una vez más los destellos de sus propias armas, pero el Ballester-
Molina parecía tener vida propia y no cejaba en sus culatazos. En un instante
desaparecieron los tres cartuchos restantes, aunque no los había desperdiciado: a tan
corta distancia no era posible fallar. Habían caído dos hombres, un tercero se
arrastraba como podía y el resto huía aterrorizado.
Mallory no podía verlos, pero los oía reagruparse, arremolinarse, maldecirse unos
a otros. Su arma estaba vacía, así que aferró el cañón caliente como si fuese una
estaca.
El edificio tembló con el horrendo rugido de la pistola de Brian.
El silencio posterior quedó roto al instante por unos gritos agónicos. Se sucedió
entonces un largo y angustioso minuto marcado por el infernal alarido de los heridos
y los moribundos, un estrépito, una maldición y un fortísimo estruendo metálico.
De repente, una forma oscura que apestaba a pólvora aterrizó entre ellos de un
salto. Brian.
—Menos mal que a mí no me habéis disparado —dijo—. Diablos, está muy
oscuro aquí dentro, ¿no?
—¿Estás bien, muchacho? —se interesó Mallory.
—Fetén —respondió Brian mientras se incorporaba—. Mira lo que te he traído,
Ned.
Puso algo en las manos de Mallory. La forma pesada y lisa de la culata y el cañón
se adaptaba a su puño como la seda. Era un rifle para búfalos.
—Hay un cajón entero de estas bellezas —dijo Brian—. Está en una oficina, un
cuartucho del otro lado. Y municiones también, aunque solo he podido traer dos
cajas.
Mallory empezó a cargar el rifle de inmediato. Un cartucho dorado tras otro
encajaban en el cargador de resorte con el tintineo de los buenos mecanismos.
—Una cosa muy rara —dijo Brian—. No creo que supieran que andaba suelto
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