Page 257 - La máquina diferencial
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—¿Conoce el nombre de William Blake? Escribió e ilustró sus propios libros de
poemas.
—No pudo encontrar un editor de verdad, ¿eh?
—Todavía hay poetas magníficos en Inglaterra. ¿Ha oído hablar de John Wilson
Croker? ¿Winthrop Mackworth Praed? ¿Bryan Waller Procter?
—Es posible —dijo Mallory—. Leo un poco, horrores de a penique, sobre todo.
—Le desconcertaba el extraño interés del marqués por aquel arcano asunto. Y estaba
preocupado por Tom y los otros, por lo que estarían pensando allí sentados,
esperándolo. Quizá perdieran la paciencia e intentaran algo imprudente, algo que
resultaba de todo punto inadmisible.
—Percy Bysshe Shelley era poeta antes de encabezar a los luditas en la Época de
los Problemas —dijo el marqués—. ¡Sepa que Percy Shelley vive! Byron lo exilió a
la isla de Santa Elena. Sigue allí prisionero, en la rectoría de Napoleón I. Hay quienes
dicen que en este tiempo ha escrito allí libros enteros, obras de teatro y sonetos.
—Tonterías —protestó Mallory—. Shelley murió en prisión hace siglos.
—Vive —dijo el marqués—. No muchos lo saben.
—Y lo siguiente que dirá usted es que Charles Babbage escribía poesía — replicó
Mallory con los nervios de punta—. ¿Qué sentido tiene esto?
—Es una teoría mía —dijo el marqués—. No tanto una teoría de verdad como una
intuición poética. Pero desde que estudié los escritos de Karl Marx, y, por supuesto,
del gran William Collins, se me ha ocurrido que se ha estropeado de un modo funesto
el curso auténtico y natural del desarrollo histórico. —El marqués se detuvo unos
instantes y esbozó una sonrisa de satisfacción—. ¡Pero dudo que usted pueda
entenderme, mi pobre amigo!
Mallory negó bruscamente con la cabeza.
—Lo entiendo bastante bien. Se refiere a una catástrofe.
—Sí. Muy bien podría llamarlo así.
—¡La historia opera con catástrofes! Así funciona el mundo, es el único modo
que hay, que ha habido o que habrá. ¡No existe la historia, solo hay contingencias!
La compostura del marqués se quebró en mil pedazos.
—¡Es usted un mentiroso!
Mallory sintió que el insulto de aquel necio le molestaba en lo más vivo.
—¡Su cabeza está llena de fantasmas, muchacho! ¡«Historia»! Usted cree que
debería tener títulos y haciendas y que yo debería pudrirme en Lewes fabricando
sombreros. ¡Y no hay más que eso! Pequeño necio, ¡a los radicales les importan un
pimiento usted, Marx, Collins y cualquiera de sus pantomimas poéticas! Les matarán
a todos como a ratas en un pozo de serrín.
—Usted no es lo que parece —reflexionó el marqués, demudado como el papel
—. ¿Quién es usted? ¿Qué es?
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