Page 254 - La máquina diferencial
P. 254

medido. La extraña acústica de la sala improvisada deformaba sus palabras, como si
           estuviera  hablando  a  través  de  un  parche  de  tambor.  Al  parecer  se  trataba  de  una
           especie de conferencia sobre la abstinencia, porque estaba censurando «el veneno del

           alcohol» y la amenaza que este suponía «para el espíritu revolucionario de la clase
           trabajadora». Sobre la mesa tenía varios frascos, grandes garrafones con tapones de
           cristal llenos de licor. Todos estaban etiquetados con la calavera y las tibias cruzadas,

           entre un cúmulo de pipetas de destilación, tubos rojos de caucho, cajones de alambre
           y hornillos de gas de laboratorio.
               Tom, a la derecha de Mallory, dio un golpecito en el brazo a su hermano y susurró

           con una voz casi aterrorizada: —¡Ned! ¡Ned! ¿Es esa lady Ada?
               —Dios mío, muchacho —siseó Mallory. El vello de los brazos y el cuello se le
           había puesto de punta a causa del miedo—. ¿Cómo se te ocurre? ¡Por supuesto que

           no es ella!
               Tom pareció aliviado, confuso, un poco ofendido.

               —¿Entonces quién es? La oradora se volvió hacia la pizarra y escribió, con una
           letra cursiva muy femenina, las palabras «Depravación neurasténica». Luego giró la
           cabeza  y  por  encima  del  hombro  dirigió  al  público  una  sonrisa  tan  falsa  como
           esplendorosa, y por fin Mallory la reconoció.

               Era Florence Russell Bartlett.
               Mallory se envaró en la silla con un grito de espanto que apenas logró sofocar.

           Algo, una mota de algodón seco del interior de la máscara, se le alojó como una púa
           en la garganta. Empezó a toser y no era capaz de detenerse. Tenía la garganta viscosa
           y  lacerada.  Intentó  sonreír,  susurrar  alguna  palabra  de  disculpa,  pero  tenía  la
           sensación de que unas correas de hierro le apretaban el cuello. Mallory bregó contra

           aquellos  atroces  espasmos  con  todas  sus  fuerzas.  Lloró  lágrimas  calientes  pero  no
           pudo contenerse, ni siquiera reprimir aquella tos seca que era como una pesadilla, que

           atraía sobre él una atención letal, como el vocerío de un vendedor ambulante. Al final
           se levantó con una sacudida, tiró la silla con gran estrépito y se tambaleó hacia la
           salida, doblado sobre sí y medio ciego.
               Atravesó tambaleándose, con los brazos estirados frente a sí, el desierto borroso

           del  pillaje.  Los  pies  se  le  enredaron  con  algo  y  un  objeto  de  madera  cayó  con
           estruendo.  De  algún  modo  logró  encontrar  un  pequeño  refugio  y  se  tendió  allí,

           temblando  violentamente  y  ahogado  por  un  repugnante  bolo  de  flemas  y  vómito.
           Podría  morir  de  esto,  pensó  desesperado.  Se  le  salían  los  ojos  de  las  órbitas.  Se
           romperá algo. Me estallará el corazón.

               Y entonces, de algún modo, el obstáculo desapareció y el ataque fue derrotado.
           Mallory consiguió aspirar una bocanada entrecortada, tosió, y encontró el modo de
           volver a respirar. Se limpió un salivazo inmundo de la barba con el dorso de la mano

           y reparó en que se había apoyado en una estatua. Se trataba de una doncella hindú de




                                        www.lectulandia.com - Página 254
   249   250   251   252   253   254   255   256   257   258   259