Page 250 - La máquina diferencial
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Quieren llevarse lo que puedan coger con las manos en apenas unos momentos. ¿Son
           ustedes hombres o urracas? ¿Por qué conformarse con un puñado de sucios chelines?
           Podrían ser los dueños de Londres, ¡de la mismísima Babilonia moderna! ¡Podrían

           ser los dueños del futuro!
               —¿Del futuro, eh? —replicó Mallory mientras miraba hacia atrás, a Fraser.
               Sobre la máscara de guinga, los ojos del policía denotaban un odio puro. Mallory

           se encogió de hombros.
               —¿Y cuánta pasta te dan por un cuarto de futuro, señoría?
               —Le agradecería que no me llamara así —dijo el marqués con aspereza—. Se

           está dirigiendo usted a un veterano de la revolución popular, a un soldado del pueblo
           que se enorgullece del sencillo título de «camarada».
               —Usted disculpe, claro.

               —Usted no es tonto, Ned. No puede confundirme con un lord radical. ¡No soy un
           meritócrata  burgués!  ¡Soy  un  revolucionario  y  un  enemigo  mortal,  por  sangre  y

           convicción, de la tiranía de Byron y de todas sus obras! Mallory tosió con fuerza y se
           aclaró la garganta.
               —Está  bien  —dijo  con  una  voz  nueva  y  más  clara—.  ¿De  qué  va  toda  esta
           charla?  Apoderarse  de  Londres...  ¡No  puede  hablar  en  serio!  Eso  no  se  ha  hecho

           desde Guillermo el Conquistador.
               —¡Léase sus libros de historia, amigo mío! —replicó el marqués—. Wat Tyler lo

           hizo. Cromwell lo hizo. ¡El propio Byron lo hizo! —Se echó a reír—. ¡El pueblo
           alzado  ha  tomado  la  ciudad  de  Nueva  York!  ¡En  este  mismo  momento,  los
           trabajadores gobiernan Manhattan! Han liquidado a los ricos. ¡Han quemado Trinity!
           Se  han  apoderado  de  los  medios  de  información  y  producción.  Si  unos  simples

           yanquis pueden hacer eso, entonces el pueblo de Inglaterra, mucho más avanzado en
           el curso del desarrollo histórico, puede hacerlo con mayor facilidad todavía.

               Para Mallory estaba claro que aquel hombre, aquel muchacho más bien, pues bajo
           la máscara y la fanfarronería era muy joven, creía aquella malvada locura con todo su
           corazón.
               —Pero el Gobierno —protestó Mallory— enviará al ejército.

               —Mata a sus oficiales y los soldados rasos se alzarán con nosotros —replicó el
           marqués con frialdad—. Mire ese soldado amigo suyo, Brian. ¡Parece muy contento

           en nuestra compañía! ¿Verdad, camarada Brian?
               Brian asintió en silencio y agitó una mano llena de manchas.
               —Usted no ha comprendido todavía la genialidad de la estrategia del capitán —

           señaló el marqués—. Nos encontramos en el corazón de la capital británica, la única
           zona de la Tierra que la elite imperial de la Gran Bretaña se resiste a devastar para
           lograr su maligna hegemonía. Los lores radicales no van a bombardear y quemar su

           precioso Londres para sofocar lo que equivocadamente creen que es un período de




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