Page 248 - La máquina diferencial
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Y si es tan amable, ¿cómo se llama ese tipo de aspecto serio de ahí abajo, ese que
tanto se parece a un policía? Tom dudó.
—¿No lo sabe? —Es que no nos dio un nombre propiamente dicho —lo
interrumpió Mallory—. Solo lo llamamos reverendo.
El marqués miró furioso a Mallory.
—Acabamos de conocer al reverendo hoy, señor —se disculpó Tom con mucha
labia—. No somos lo que usted llamaría amigos del alma.
—Supongamos entonces que lo dejamos ahí abajo —sugirió el marqués.
—Súbanlo —respondió Mallory—. Es listo.
—¿Ah, sí? ¿Y usted qué, camarada Ned? Usted no es ni la mitad de estúpido de lo
que aparenta, al parecer. Y no está tan borracho.
—Entonces deme una copa —replicó Mallory con descaro—. Y tampoco me
vendría mal una de esas carabinas, ya que está repartiendo el botín.
El marqués reparó en la pistola de Mallory, y luego ladeó la cabeza enmascarada
y le guiñó un ojo como si compartiesen alguna broma.
—Cada cosa a su tiempo, mi impaciente amigo —dijo. Luego hizo un gesto con
la mano pulcramente enguantada—. Muy bien. Súbanlo. Fraser apareció dentro del
lazo.
—Bueno, «reverendo» —dijo el marqués—, ¿y cuál, si es tan amable, es su
confesión?
Fraser agitó la cuerda para soltarse y salió del lazo.
—¿Y a usted qué le parece, jefe? ¡Soy un puñetero cuáquero!
Se oyó una carcajada maliciosa. Fraser compuso una mueca grosera fingiendo
que estaba encantado con las risas de los otros, y sacudió la cabeza cubierta por la
máscara de guinga.
—No —dijo con voz áspera—, nada de cuáquero: ¡soy un pantisoco!
Las carcajadas se detuvieron en seco.
—Pantisoco —insistió Fraser—, uno de esos yanquis alborotadores y caguetas...
El marqués lo interrumpió con una fría precisión:
—¿Me habla de un pantisócrata? ¿Es decir, de un predicador seglar del falansterio
de Susquehanna?
Fraser se quedó mirando pasmado al marqués.
—Me refiero a las doctrinas utópicas del profesor Coleridge y el reverendo
Wordsworth —insistió el marqués con un tono suavemente amenazador.
—Eso —gruñó Fraser—, uno de esos.
—Lo que lleva ahí parece una cartuchera de poli con su correspondiente pistola,
mi pacifista amigo pantisocrático.
—Pues se la habré cogido a un poli, ¿no? —Y tras un momento añadió—: ¡A uno
muerto!
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