Page 246 - La máquina diferencial
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Alberto es un hombre serio y digno de confianza.
—¡Lord Byron no puede estar muerto! —explotó Brian—. ¡Estamos metidos en
medio de un barro asqueroso, creyéndonos una mentira igual de sucia!
—¡Silencio! —ordenó Mallory—. ¡Tendremos que dejar en suspenso cualquier
juicio sobre este asunto hasta que dispongamos de pruebas firmes, así de simple!
—Ned tiene razón —asintió Tom—. ¡El primer ministro así lo habría querido!
Ese es el método científico. Eso fue lo que siempre nos enseñó lord Byron.
Una cuerda gruesa, alquitranada, con el extremo anudado en un lazo amplio, bajó
serpenteando por el muro. El teniente anarquista (el hombre refinado del pañuelo de
cachemira) colocó una pierna doblada sobre el muro, con el codo en la rodilla y la
barbilla en la mano.
—¡Ponga el culo en eso, amigo —sugirió—, y lo izaremos en un santiamén! —
¡Se lo agradezco mucho! —respondió Mallory. Agitó la mano con gesto alegre y
confiado y se metió en el lazo.
Cuando llegó el tirón, apoyó con fuerza los zapatos embarrados contra las
asquerosas maderas resbaladizas y subió como un tiro por el pilote, hasta alcanzar la
cima.
El líder volvió a arrojar el lazo vacío con una mano enfundada en un guante de
cabritilla.
—Bienvenido, señor, a la augusta compañía de la vanguardia de la humanidad.
Permítame que en estas circunstancias me presente. Soy el marqués de Hastings.
El supuesto marqués hizo una ligera inclinación y luego posó con la barbilla
ladeada y un puño enguantado colocado en la cadera.
Mallory vio que el tipo hablaba en serio.
El título de marqués era una reliquia de la época anterior a la llegada de los
radicales al poder, y sin embargo allí estaba ese joven impostor de algún tipo, un fósil
vivo..., ¡vivo y al mando de aquella pandilla de víboras! Mallory no se habría
sorprendido mucho más de haber visto a un plesiosauro joven levantar la cabeza
escamosa desde las profundidades del pestilente Támesis.
—¡Muchachos —dijo el joven marqués arrastrando las palabras—, echad un poco
de esa colonia sobre nuestro acre amigo! Si comete cualquier estupidez, ya sabéis lo
que tenéis que hacer.
—¿Dispararle? —soltó alguien estúpidamente.
El marqués compuso una elaborada mueca, el gesto de un actor para indicar una
violación del buen gusto. Un muchacho con un casco robado de la policía y una
camisa de seda rasgada derramó sobre el cuello y la espalda desnuda de Mallory
colonia fría de un frasco de cristal tallado.
Brian apareció entonces al final de la cuerda.
—Debajo de todo ese barro veo unos pantalones de soldado —observó el
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