Page 241 - La máquina diferencial
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combate. —Se apretó la nariz con los dedos y se estremeció de la cabeza a los pies.
               Mallory había leído algo sobre esos navíos, pero jamás había visto ninguno.
               —De la campaña del Misisipí, en América. —Se quedó mirando bajo la mano

           que le protegía los ojos y deseó tener un catalejo—. ¿Ondean entonces los colores
           confederados? No sabía que tuviéramos uno de esos en Inglaterra... ¡No, ya lo veo,
           ondea la bandera británica!

               —¡Mira lo que hacen sus paletas! —se maravilló Tom—. Esa agua debe de ser
           tan espesa como la gelatina de pie de buey...
               A nadie le pareció apropiado comentar tal observación. Fraser señaló corriente

           abajo.
               —Escuchen, muchachos. Unos cuantos metros más allá se abre un canal dragado
           bastante profundo. Lleva a los muelles de las Indias Orientales. Con el río así de bajo,

           y con un poco de suerte, un hombre podría colarse por ese canal y aparecer dentro de
           los muelles sin que nadie lo viera.

               —Se refiere a caminar por el barro de la orilla, claro —dijo Mallory.
               —¡No!  —exclamó  Brian—.  ¡Tiene  que  haber  otro  plan!  Fraser  negó  con  la
           cabeza.
               —Conozco  estos  muelles.  A  su  alrededor  se  eleva  un  muro  de  casi  diez  pies,

           coronado por unos erizos muy afilados. Hay puertas de carga y también una terminal,
           pero  sin  duda  estarán  bien  vigiladas.  Swing  escogió  bien.  Este  sitio  es  casi  una

           fortaleza.
               Brian negó con la cabeza.
               —¿Y Swing no vigilará también el río?
               —Sin duda —dijo Fraser—, ¿pero cuántos hombres van a soportar una vigilancia

           constante de este barro apestoso, por Swing o por cualquier otro? Mallory asintió,
           convencido.

               —Tiene razón, muchachos.
               —¡Pero  nos  vamos  a  embadurnar  del  cuello  a  los  pies  con  una  porquería
           asquerosa! —protestó Brian.
               —No estamos hechos de azúcar —gruñó Mallory.

               —¡Pero mi uniforme, Ned...! ¿Sabes cuanto me costó esta casaca de gala?
               —Te cambio mi faetón por esa reluciente trenza dorada —le dijo Tom.

               Brian se quedó mirando a su hermano pequeño e hizo una mueca.
               —Entonces hay que quitárselos, chicos —les ordenó Mallory al tiempo que se
           despojaba de la chaqueta—. Como si fuéramos jornaleros que van a recoger el dulce

           heno  una  agradable  mañana  de  Sussex.  Ocultad  esas  galas  de  la  ciudad  entre  los
           escombros y daos prisa.
               Mallory  se  desnudó  hasta  la  cintura,  se  metió  la  pistola  en  el  cinturón  de  los

           pantalones  remangados  y  descendió  por  la  pared  del  dique.  Medio  resbaló,  medio




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