Page 238 - La máquina diferencial
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—¿Lado sur? ¿Lado norte?
               —Al sur, por el medio... —De la calle que dejaban atrás llegaban gritos lejanos,
           el estruendo de vidrios rotos, los ecos del estampido rítmico de unas chapas de metal

           al ser golpeadas. Tally se calló y ladeó la cabeza para escuchar. Frunció los labios.
               —¡Vaya, pero si es su cacharro! —dijo. El tono gimoteante había desaparecido de
           su voz—. ¡Los chicos de Swing han venido a toa leche y han encontrado su cacharro,

           sargento!
               —¿Cuántos hombres hay en ese almacén?
               —¡Escuche cómo lo destrozan! —insistió Tally. Una extraña variedad de asombro

           infantil había borrado el miedo de sus facciones hoscas.
               —¿Cuántos hombres? —ladró Fraser al tiempo que propinaba otro golpe a Tally.
               —¡Lo  tan  haciendo  añicos!  —anunció  el  rufián  con  tono  alegre  mientras  se

           encogía por el golpe—. ¡El trabajo de Ludd en su bonito faetón!
               —¡Cierra la boca, hijo de perra! —estalló el joven Tom con una voz agudizada

           por la rabia y el dolor.
               Sobresaltado, Tally contempló el rostro enmascarado de Tom con una leve sonrisa
           de satisfacción.
               —¿Qué pasa, caballerito?

               —¡Que te calles, te digo! —exclamó Tom
               Tally Thompson esbozó una sonrisa simiesca.

               —¡Pero si no soy yo el que ta haciéndole daño a tu precioso faetón! ¡Chíllales a
           ellos, muchacho! ¡Diles que paren!
               Tally se lanzó hacia atrás de repente y liberó las manos esposadas del puño de
           Fraser. El policía trastabilló y a punto estuvo de derribar a Brian.

               Tally se giró y chilló, haciendo bocina con las manos.
               —¡Dejad  de  divertiros,  compañeros!  —Su  aullido  resonó  con  fuerza  en  aquel

           cañón de ladrillo—. ¡Tais dañando propiedá privá!
               Tom se abalanzó sobre él como un rayo, con un violento giro del brazo. La cabeza
           de  Tally  salió  disparada  hacia  atrás  y  el  aliento  lo  abandonó  con  un  jadeo
           entrecortado. El rufián trastabilló unos instantes antes de desplomarse como un saco

           de patatas sobre el suelo enlosado del callejón.
               Se produjo un repentino silencio.

               —¡Demonios, Tom! —dijo Brian—. ¡Lo has dejado frito!
               Fraser, que había sacado la cachiporra, se agachó sobre el cuerpo y le levantó un
           párpado con el pulgar. Luego alzó la mirada.

               —Tienes genio, muchacho... —dijo a Tom con suavidad.
               Este se arrancó la máscara y respiró entrecortadamente.
               —¡Podría haberle disparado usted! —espetó casi sin voz. Luego miró a Mallory

           con ojos suplicantes y confundidos—. ¡De verdad, Ned! ¡Haberlo matado de un tiro!




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