Page 240 - La máquina diferencial
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perezoso entre largas extensiones de costa agrietada y cubierta de barro.
               Al otro lado del río se erigía la torre de navegación de acero de Cuckold’s Point,
           adornada  con  banderas  náuticas  de  advertencia.  Mallory  no  reconoció  las  señales.

           ¿Cuarentena, quizá? ¿Bloqueo? El río parecía casi desierto.
               Fraser miró a un lado y a otro de las marismas del fondo del dique. Mallory siguió
           su mirada. Se veían barcos pequeños incrustados en el cieno negro y gris, como si

           estuvieran clavados en cemento. En la curva de Limehouse Reach, unos riachuelos de
           cieno verdoso subían en algunas zonas por los surcos que habían dejado las dragas
           del canal.

               Algo  parecido  a  una  brisa  ribereña  (que  no  era  en  absoluto  una  brisa,  sino  un
           suave limo líquido de hedor gelatinoso) se elevaba sobre el Támesis y se derramaba
           sobre ellos.

               —¡Dios bendito! —exclamó Brian débil y asombrado, antes de arrodillarse a toda
           prisa tras el muro. Con una solidaria oleada de náuseas, Mallory oyó las violentas

           arcadas de su hermano.
               Hizo  un  decidido  esfuerzo  y  controló  su  estómago.  No  resultó  tarea  sencilla.
           Estaba claro que el crudo Támesis superaba incluso al famoso hedor de las bodegas
           de los transportes de la Artillería Real.

               El joven Thomas, aunque también se había puesto bastante pálido, parecía hecho
           de material más duro que Brian, habituado quizás a los resoplidos del tubo de escape

           de los faetones de vapor.
               —¡Eh, mirad esa asquerosidad! —declaró Tom de repente con una voz ahogada y
           soñadora—. ¡Sabía que teníamos una sequía encima, pero jamás me imaginé eso! —
           Miró a Mallory con ojos asombrados y enrojecidos—. ¡Pero, Ned! El aire, el agua...

           ¡Jamás ha habido algo tan horrible, seguro!
               Fraser parecía angustiado.

               —Londres nunca es lo que podría ser en verano...
               —¡Pero  mire  el  río!  —exclamó  Tom  con  inocencia—.  ¡Y  mire,  mire,  por  ahí
           viene un barco!
               Un gran vapor de ruedas se abría camino Támesis arriba, y sí, era una nave con

           un aspecto muy extraño, con el casco tan plano como el de una balsa y una cabina
           con  forma  de  caja  de  queso,  construida  con  hierro  inclinado  y  remachado.  Los

           laterales  de  blindaje  negro  parecían  parcheados  de  la  proa  a  la  popa  con  grandes
           cuadrados blancos: escotillas para cañones. En la proa, dos marineros con guantes de
           goma y casco de caucho con boquilla realizaban sondeos con una cuerda emplomada.

               —¿Qué clase de navío es ese? —preguntó Mallory limpiándose los ojos.
               Brian se incorporó con paso vacilante, se apoyó en el muro, se limpió la boca y
           escupió.

               —Un  acorazado  de  bolsillo  —anunció  con  voz  ronca—.  Un  barco  fluvial  de




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