Page 249 - La máquina diferencial
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Se oyeron más carcajadas interrumpidas por toses y gruñidos.
               El muchacho que estaba al lado de Mallory dio un codazo a uno de los rebeldes
           mayores.

               —¡Me toy mareando con el hedor este, Henry! ¿No podemos largarnos?
               —Pregúntale al marqués —respondió Henry.
               —Pregúntale tú —rogó el muchacho—, de mí siempre se ríe...

               —¡Escuchen!  —dijo  el  marqués—.  Júpiter  y  yo  escoltaremos  a  los  nuevos
           reclutas al depósito general. El resto puede seguir patrullando la costa.
               Los cuatro restantes gruñeron descontentos.

               —No se desvíen —les riñó el marqués—, saben que a todos los camaradas les
           toca hacer guardia en el río, igual que a ustedes.
               El  marqués,  seguido  de  cerca  por  el  negro,  Júpiter,  encabezó  la  marcha  por  el

           dique.  A  Mallory  le  sorprendió  que  aquel  tipo  diera  la  espalda  a  cuatro  extraños
           armados, un acto de insensatez consumada, o bien de una valentía tan despreocupada

           como sublime.
               Mallory intercambió miradas silenciosas y muy significativas con Tom, Brian y
           Fraser. Los cuatro seguían portando sus armas porque los anarquistas ni siquiera se
           habían molestado en confiscárselas. Sería cosa de un momento dispararle a su guía

           por la espalda, y quizá al negro también, aunque este no iba armado. Sería un acto vil,
           sin embargo, atacar por detrás, aunque quizá se tratara una necesidad bélica. Pero los

           otros  se  revolvían  inquietos  mientras  caminaban,  y  Mallory  se  dio  cuenta  de  que
           esperaban que fuera él quien tomara la decisión. Aquella empresa se había convertido
           en algo suyo, y hasta Fraser había apostado su vida a la fortuna de Edward Mallory.
               Este se adelantó y ajustó su paso al del marqués de Hastings.

               —¿Qué hay en ese almacén suyo, su señoría? Un gran botín, espero.
               —¡Una  gran  esperanza,  amigo  saqueador!  Pero  eso  no  importa.  Dígame  algo,

           camarada Ned: ¿qué haría usted con el botín, si lo tuviera?
               —Supongo que dependería de lo que fuera —aventuró Mallory. —Usted volvería
           con él a su madriguera de ratas —conjeturó el marqués—, se lo vendería por una
           fracción de su valor a un perista judío y se lo gastaría todo en bebida para despertar,

           un día o dos después, en una comisaría mugrienta con el pie de un poli en el cuello.
               Mallory se acarició la barbilla.

               —¿Y qué haría usted con él? —¡Darle un buen uso, por supuesto! Lo utilizaremos
           para la causa de aquellos que le dieron valor. Y con eso me refiero al pueblo sencillo
           de Londres, a las masas, a los oprimidos, a los explotados, a los que producen todas

           las riquezas de esta ciudad.
               —Habla usted de cosas muy raras —dijo Mallory.
               —La  revolución  no  saquea,  camarada  Ned.  ¡Confiscamos,  requisamos  y

           liberamos! A usted y sus amigos los atrajeron aquí unas cuantas baratijas importadas.




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