Page 256 - La máquina diferencial
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que sabe de verdad lo que hace.
—No termino de entenderlo, camarada —dijo el marqués—. A veces creo que es
usted el típico necio egoísta, pero luego resulta un hombre de una inteligencia
bastante sofisticada. ¡Desde luego, está por encima de esos amigos suyos!
—He viajado un poco —respondió Mallory despacio—. Supongo que eso educa a
un hombre.
—¿Viajado adónde, camarada?
Mallory se encogió de hombros.
—Argentina, Canadá... Por el continente, aquí y allá.
El marqués echó un vistazo a su alrededor, como si buscara espías al acecho entre
las pilas para pájaros y las arañas de luces. Cuando no percibió ninguno pareció
relajarse un poco, y luego habló con urgencia renovada, pero sin levantar la voz.
—Quizá conozca algo del sur americano... La Confederación... Mallory negó con
la cabeza.
—Hay una ciudad llamada Charleston, en Carolina del Sur. Una ciudad
encantadora. Alberga una gran comunidad de exiliados británicos de buena cuna que
huyeron de los radicales. Los caballeros arruinados de la Gran Bretaña.
—Qué bien —gruñó Mallory.
—Charleston es una ciudad tan refinada y cultural como cualquiera de Gran
Bretaña.
—Y usted nació allí, ¿no? —Mallory se había precipitado al confesar su
deducción en voz alta, porque Hastings se mostró susceptible con el tema y frunció el
ceño. Se apresuró a añadir—: Debe de haber prosperado en Charleston, para poseer
un negro.
—Espero con sinceridad que no sea usted un antiesclavista intolerante —dijo el
marqués—. Tantos británicos lo son... ¡Supongo que le gustaría que mandara al pobre
Júpiter a una de esas selvas de Liberia, plagadas de fiebres!
Mallory contuvo el gesto de asentimiento. Lo cierto es que era abolicionista y
partidario de la repatriación de los negros.
—El pobre Júpiter no duraría ni un día en el imperio de Liberia —insistió el
marqués—. ¿Sabía usted que sabe leer y escribir? Yo mismo le enseñé. Incluso lee
poesía.
—¿Su negro lee versos? —«Versos» no. Poesía. Los grandes poetas. John
Milton... Pero apuesto a que usted nunca ha oído hablar de él.
—Uno de los ministros de Cromwell —respondió Mallory de inmediato—, autor
de la Areopagítica. El marqués asintió. Parecía satisfecho.
—John Milton escribió un poema épico, Paraíso perdido. Es una historia bíblica
en verso suelto.
—Yo soy agnóstico —replicó Mallory.
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