Page 277 - La máquina diferencial
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—Collins —dijo—. «Capitán Swing».
—Y otros rostros, una legión de ellos, los rostros de los desaparecidos, nombres
borrados de su memoria.
—¿Señor Oliphant?
El doctor McNeile lo miraba desde la puerta. Vagamente azorado, Oliphant se
levantó de su banco y alisó su chaqueta con un gesto automático.
—¿Se encuentra bien, señor Oliphant? Tenía una expresión realmente curiosa
hace solo un momento. —McNeile era un sujeto delgado, con una barba bien
recortada, pelo castaño oscuro y unos ojos tan pálidos que casi parecían
transparentes.
—Sí, gracias, doctor McNeile. ¿Y usted?
—Muy bien, gracias. Están manifestándose ciertos síntomas muy notables, señor
Oliphant, tras la estela de los recientes sucesos. ¡He tenido el caso de un caballero
que marchaba sentado en el techo de un ómnibus, en la calle Regent, cuando el
vehículo fue embestido de costado por un coche a vapor que viajaba a una velocidad
de unas veinte millas por hora!
—¿De veras? Aterrador... Para espanto de Oliphant, McNeile se frotó las manos.
—No había ningún trauma físico derivado de la colisión. Ninguno. Ninguno en
absoluto. —Clavó su brillante y casi incolora mirada en Oliphant—. Pero
posteriormente hemos constatado episodios de insomnio, melancolía incipiente,
accesos de amnesia de menor importancia... Numerosos síntomas asociados con una
histeria latente. —McNeile sonrió, un rápido rictus de triunfo—. ¡Hemos observado,
señor Oliphant, una progresión clínica de la columna ferroviaria de notable pureza,
por decirlo así!
Con una inclinación de cabeza, invitó a Oliphant a pasar a la bella sala forrada de
madera y amueblada con ominosos artefactos electromagnéticos que había al otro
lado de la puerta. Oliphant se quitó el abrigo y la chaqueta y los dejó sobre un galán
de caoba.
—¿Y sus... ataques, señor Oliphant?
—Ninguno, gracias a usted, desde el último tratamiento.
—¿Era cierto? La verdad es que era difícil de asegurar.
—¿Y ha tenido dificultades para conciliar el sueño?
—Yo diría que sí, en efecto.
—¿Algún sueño digno de mención? ¿Visiones al despertar?
—No. McNeile lo miró con sus pálidos ojos.
—Muy bien.
Oliphant, sintiéndose como un completo idiota con el corsé y la pechera
almidonada, se subió a la «mesa de manipulación» de McNeile, un mueble
curiosamente articulado que recordaba en la misma medida a un diván y a un potro de
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