Page 282 - La máquina diferencial
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La  dirección  a  la  que  lo  llevó  el  carruaje  estaba  en  Brigsome’s  Terrace,  a  poca
           distancia de una especie de vía pública que los especuladores disfrutaban moldeando
           a lo largo del territorio salvaje, y en su mayor parte inexplorado, que era el este de

           Londres.
               En cuanto al lugar en sí, decidió Oliphant al salir de su carruaje, era el más triste

           bloque de edificios que jamás se hubiera construido con ladrillos y argamasa. Con
           toda  probabilidad,  se  dijo,  el  desgraciado  que  había  especulado  con  aquellas  diez
           espantosas prisiones en forma de vivienda se hubiera colgado en el baño de alguna
           taberna de las inmediaciones antes de que su espantosa obra estuviera concluida.

               Las  calles  por  las  que  lo  había  llevado  el  carruaje  hasta  allí  eran  exactamente
           como  cabía  esperar  que  uno  tuviese  que  transitar  en  tiempos  como  aquellos,  vías

           aparentemente ajenas a la luz del sol y a los peatones normales. En aquel momento
           estaba cayendo una fina lluvia y Oliphant se lamentó por un instante de no haber
           aceptado el impermeable que Bligh le había ofrecido en la puerta. Los dos hombres
           que  había  delante  del  número  5  llevaban  largas  y  empapadas  prendas  de  algodón

           egipcio  encerado.  Una  reciente  innovación  procedente  de  Nueva  Gales,  y  muy
           apreciada en los campos de batalla de Crimea, e ideal para esconder el tipo de armas

           que, sin la menor duda, llevaban ellos.
               —División Especial —dijo Oliphant mientras pasaba aceleradamente junto a los
           guardias. Intimidados por su acento y su comportamiento, lo dejaron pasar. Tendría

           que informar a Fraser de ello.
               Al  entrar  en  la  casa  se  encontró  en  un  vestíbulo  iluminado  por  una  potente
           lámpara  de  carburo  montada  sobre  un  trípode,  cuya  implacable  luz  blanca

           magnificaba un asiento cóncavo de brillante hojalata. La habitación estaba decorada
           con  los  desechos  de  las  ruinas  de  la  clase  alta.  Había  una  pianola  y  un  chifonier
           demasiado grande para la sala. Este último, con sus molduras doradas, se le antojó

           patéticamente excesivo. Había también una deshilachada alfombra de Bruselas, con
           rosas y lilas en medio de un desierto de tejido sin color. Unos visillos tejidos cubrían
           las ventanas que daban a Brigsome’s Terrace. Junto a la ventana colgaban dos cestas

           de  alambre  con  sendos  tiestos,  y  estos  albergaban  cactos  de  especies  diversas  que
           crecían en espinosa y arácnida profusión.
               Oliphant reparó en un tufo acre, más penetrante que el olor del carburo.

               Betteridge salió de la parte trasera de la casa. Llevaba un sombrero hongo alto
           que le hacía parecer totalmente americano, así que no habría sido difícil confundirlo
           con uno de los agentes de Pinkerton a los que seguía a diario. Probablemente fuese un

           efecto  deliberado,  pues  se  extendía  hasta  las  botas  patentadas,  con  sus  laterales
           elásticos. Su expresión era de grave ansiedad, algo que no era en absoluto propio de
           él.

               —Aceptaré toda la responsabilidad, señor —balbuceó. Había pasado algo grave



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