Page 286 - La máquina diferencial
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California, los Pinkertons se encontraban a menudo en posesión de información de
considerable importancia estratégica.
A la llegada a Londres de Caballa y sus dos subordinados, varias voces en la
División Especial habían defendido la conveniencia de recurrir a los métodos clásicos
de coerción. Oliphant se había apresurado a rechazar esta sugerencia, arguyendo que
los americanos serían de un valor incalculable si se les permitía actuar con libertad,
aunque sometidos, recalcó, a la constante vigilancia tanto de la División Especial
como de la propia Oficina Central del Despacho Exterior. En la práctica, claro está, la
Oficina Central carecía por completo del personal necesario para llevar a cabo esta
misión, lo que había provocado que la División Especial asignase la vigilancia a
Betteridge, junto con una nutrida lista de londinenses aparentemente inocentes, todos
ellos expertos vigilantes seleccionados por el propio Oliphant. Betteridge informaba
directamente a Oliphant, quien estudiaba el material antes de transmitirlo a la
División Especial. Para Oliphant, la solución era muy conveniente; hasta el momento,
la División Especial se había refrenado de hacer cualquier comentario.
Los movimientos de los agentes de Pinkerton habían revelado gradualmente la
existencia de un estrato secundario, poco importante aunque no por ello menos
inesperado, de actividades clandestinas. La información resultante constituía una
mezcolanza bastante curiosa, cosa que resultaba aún más del agrado de Oliphant. Los
agentes de Pinkerton, como le dijo alegremente a Betteridge, constituirían el
equivalente a una serie de muestras geológicas. Ellos sondearían las profundidades y
la Gran Bretaña cosecharía los beneficios.
Betteridge, casi inmediatamente y para su gran satisfacción, había descubierto
que un tal señor Fuller, el oficinista único, y por consiguiente terriblemente
sobrecargado de trabajo, de la legación texana, estaba en nómina de Pinkerton.
Además, Pinkerton había demostrado gran curiosidad por los asuntos del general Sam
Houston, hasta el punto de irrumpir personalmente en la finca campestre del exiliado
presidente de los texanos. Algunos meses después, los hombres de Pinkerton habían
estado siguiendo a Michael Radley, el agente de prensa de Houston, cuyo asesinato
en hotel Grand’s había desembocado directamente en algunas de las líneas de
investigación que actualmente estaba explorando Oliphant.
—¿Y vio usted a la señora Bartlett en el número de las comuneras? ¿Está
totalmente seguro?
—¡Totalmente, señor!
—¿McNeile y sus hombres estaban al tanto de su presencia? ¿Y viceversa?
—No, señor. Estaban concentrados en la pantomima de las comuneras, riendo y
aplaudiendo. ¡La señora Bartlett se metió discretamente entre bambalinas en el
entreacto! Y permaneció allí después. Aunque estuvo aplaudiendo. —Frunció el
ceño.
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