Page 289 - La máquina diferencial
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suministraba también el fabricante. McNeile sostenía que el cuerpo de hierro forjado
           de una bañera de porcelana confundía los naturales intentos de la columna vertebral
           por  volver  a  su  polaridad  magnética  normal.  Oliphant  cambió  ligeramente  de

           posición y arrugó el semblante al percibir la obscena sensación adhesiva de la goma.
               Bligh  le  había  dejado  una  esponja,  una  piedra  pómez  y  una  pastilla  nueva  de
           jabón  francés  en  la  cestilla  de  bambú  adosada  al  costado  de  la  bañera.  El  bambú,

           supuso Oliphant, tampoco debía de tener propiedades magnéticas.
               Con un gemido, cogió la esponja y empezó a asearse.
               Liberado  de  los  asuntos  más  acuciantes  de  día,  Oliphant  procedió,  como  solía

           hacer a menudo, a llevar a cabo un detallado y sistemático acto de reconstrucción
           mental. Poseía una gran memoria de nacimiento, don que se había potenciado gracias
           a las doctrinas pedagógicas de su padre, cuyo ardiente interés por el hipnotismo y la

           magia había introducido al hijo en las arcanas disciplinas del arte de la memoria. Esta
           capacidad le había sido muy útil a Oliphant en su vida adulta y ahora la practicaba

           con la misma regularidad que en su día reservara para la plegaria.
               Casi un año había pasado desde que registrara los efectos personales de Michael
           Radley en la habitación treinta y siete del hotel Grand’s.
               Radley tenía uno de esos baúles modernos que, erguido y abierto, servía como

           una combinación compacta de guardarropa y buró. Este, junto a una sombrerera de
           cuero llena de rozaduras y un maletín Jacquard con estructura de metal, constituía la

           totalidad  del  equipaje  del  publicista.  A  Oliphant,  la  complejidad  del  baúl  le  había
           resultado deprimente. Todas esas bisagras, corchetes, presillas niqueladas y lengüetas
           de cuero expresaban la anticipación de viajes futuros que, ahora que su propietario
           estaba muerto, no llegarían a producirse. Igualmente patéticos eran los tres mazos de

           tarjetas  de  visita  de  elegante  diseño,  con  el  número  de  telégrafo  de  Radley  en
           Manchester en letras francesas y envueltos aún en papel de imprenta.

               Empezó  a  deshacer  el  equipaje  sistemáticamente.  Dispuso  la  ropa  de  Radley
           sobre la cama del hotel con la precisión de un ayuda de cámara. El publicista sentía
           predilección  por  los  camisones  de  seda.  Mientras  trabajaba,  Oliphant  había
           examinado  marcas  de  sastre  y  de  lavandería,  había  vaciado  bolsillos  y  pasado  los

           dedos sobre costuras y forros.
               Los artículos de aseo de Radley estaban en un neceser de seda impermeable.

               Oliphant  examinó  el  contenido  y  fue  estudiando  cada  uno  de  los  objetos  en
           sucesión: una brocha de pelo de tejón, un bote de pasta de dientes, una bolsa para la
           esponja...  Golpeó  con  el  mango  de  marfil  del  cepillo  el  pie  de  la  cama.  Abrió  el

           estuche de cuero de la navaja: el níquel plateado refulgió sobre la cama de terciopelo
           violeta. Vació la pasta de dientes sobre una hoja de papel con el escudo del hotel
           Grand’s. Miró en la bolsa de la esponja... y encontró una esponja.

               El brillo de la hoja atrajo su atención. Tras dejar sus diferentes componentes sobre




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