Page 285 - La máquina diferencial
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ha quedado rastro de su presencia.
               —¿De veras? ¿Y a quién le pertenece ese bonito chifonier del piso de abajo? ¿Y
           quién regaba los cactos? ¿O es que no hay que regarlos? Puede que a nuestro amigo

           texano le recordaran a su patria... —Dio una profunda calada a su cigarro y bajó las
           escaleras, seguido de cerca por Betteridge, como un ansioso y joven setter.
               Un agente de Antropometría Criminal con aspecto de novato estaba perdido en

           sus pensamientos delante del piano, como si tratara de recordar una canción. De los
           diversos artículos que llevaba en su maletín negro de caballero, que Oliphant supiera,
           los menos desagradables eran las cintas de lino calibradas que empleaba para tomar

           las medidas Bertillon de los cráneos.
               —Señor —dijo Betteridge una vez que el antropometrista se marchó al piso de
           arriba—. Si cree que soy responsable... Por haberla perdido, quiero decir...

               —Creo,  Betteridge,  que  antes  lo  envié  a  la  matinée  del  Garrick,  para  que
           elaborara un informe sobre las damas acrobáticas de Manhattan, ¿verdad?

               —Sí, señor...
               —¿Y las vio, entonces?
               —Sí, señor.
               —Pero... Permítame suponer... ¿La vio también a ella?

               —¡Sí, señor! ¡Y también a Caballa y a sus dos hombres! Oliphant se quitó las
           gafas y las limpió. —¿Y las comediantes, Betteridge? Para atraer a una audiencia así

           debían de ser
               realmente notables.
               —¡Señor, se lanzaban insultos unas a otras! Esas mujeres corrían de un lado a
           otro con los pies desnudos y cubiertas con... bueno, bufandas, señor, y pañuelos de

           gasa. Sin ropa de verdad...
               —¿Y disfrutó usted del espectáculo, Betteridge? —Honestamente debo decir que

           no, señor. Me sentí como si estuviera en una casa de locos. Y tenía trabajo que hacer,
           con los Pinkers allí...
               «Caballa»  era  el  nombre  del  agente  de  Pinkerton,  un  bigotudo  oriundo  de
           Filadelfia  que  frecuentemente  se  presentaba  como  Beaufort  Kingsley  DeHaven,

           aunque a veces también como Beaumont Alexander Stokers. Y era Caballa en virtud
           de lo que aparentemente desayunaba siempre, según habían descubierto Betteridge y

           los otros dos hombres asignados a su vigilancia.
               Caballa y sus dos subordinados llevaban dieciocho meses siendo una presencia
           habitual en Londres, y Oliphant los encontraba bastante interesantes, además de que

           le  servían  como  sólido  pretexto  para  justificar  la  financiación  del  Gobierno.  La
           organización  Pinkerton,  aunque  teóricamente  una  empresa  privada,  servía  como
           organismo  central  de  recogida  de  información  de  los  Estados  Unidos.  Con  redes

           operativas  en  los  Estados  Confederados,  así  como  en  las  repúblicas  de  Texas  y




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