Page 290 - La máquina diferencial
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la pechera almidonada de una camisa de noche, usó el cortaplumas de su llavero para
sacar el nido de terciopelo taranteado del estuche. Cedió fácilmente. Debajo había
una hoja de papel cuidadosamente plegada.
Sobre esta hoja, a lápiz, cubierta de borrones y tachaduras, había lo que parecía
ser el comienzo del borrador de una carta. Carecía de fecha, de destinatario y de
firma.
Confío en que recuerde nuestras dos Conversaciones del pasado ag., en la 2ª de las
cuales tuvo ud. la amabilidad de confiarme ss conjeturas. Me complace informarle de
que cierts. manipulaciones han cristalizado en una versión, una versión auténtica de
sus orígenes, que, con toda confianza, creo que pueden ser utilizados y,
consiguientemente, convertirse en la Prueba que tanto tiempo lleva usted buscando y
esperando.
El resto de la hoja estaba en blanco, con la excepción de tres rectángulos pulcramente
trazados a lápiz, que contenían, en mayúsculas romanas, las palabras «ALG»,
«COMP» y «MOD».
ALG, COMP y MOD se habían convertido a partir de entonces en una bestia
fantástica de tres cabezas, visitante frecuente de los espacios superiores de la
imaginación de Oliphant. El descubrimiento del probable sentido de esta clave,
realizado durante el examen de la trascripción del interrogatorio de William Collins,
no había logrado conjurar la imagen. Alg-Comp-Mod seguía con él, como una
quimera con cuello de serpiente y una espantosa cabeza humana. El rostro de Radley
estaba allí, muerto y bien muerto, con la boca abierta, los ojos negros como los de un
sapo, junto a las frías y marmóreas facciones de lady Ada Byron, reservadas e
impasibles, enmarcadas por rizos y bucles que evidenciaban una geometría pura. Pero
la tercera de las cabezas, que se mecía sinuosamente de un lado a otro, esquivaba la
mirada de Oliphant. A veces imaginaba que era la de Edward Mallory, decididamente
ambicioso, desesperadamente franco; y otras adoptaba el hermoso y ponzoñoso
semblante de Florence Bartlett, envuelta en vapores de vitriolo.
Y a veces, especialmente en momentos como aquel, en el sofocante abrazo de la
bañera de goma, mientras navegaba lentamente hacia el continente del sueño, el
rostro era el suyo, con los ojos llenos de un terror al que era incapaz de poner
nombre.
Al día siguiente Oliphant durmió hasta tarde y luego se quedó en la cama, donde
Bligh le suministró documentos de su estudio, té cargado y tostadas con anchoas.
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