Page 295 - La máquina diferencial
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—¿Sabe  para  qué  sirven  los  sobres  azules?  —Los  engranajes  crujieron  al
           devolver Wakefield su escritorio articulado a la estrecha ranura en la que se guardaba.
               —No todos, pero más o menos conozco el funcionamiento general del sistema.

               —Hay  gente  capaz  de  leer  las  tarjetas  perforadas,  Oliphant.  Pero  hasta  un
           funcionario subalterno puede leer las directivas principales tan fácilmente como usted
           lee los quinótropos en el sótano.

               —Yo nunca leo los quinótropos en el sótano, Andrew.
               Wakefield  resopló.  Oliphant  sabía  que,  en  su  caso,  aquello  equivalía  a  una
           carcajada.

               —¿Cómo van las cosas por el corpe diplomatique, señor Oliphant? ¿Seguimos
           luchando  contra  la  «conspiración  ludita»?  —El  sarcasmo  del  hombre  resultaba
           evidente, pero Oliphant hizo un esfuerzo por tomarse sus palabras literalmente.

               —No ha tenido demasiado éxito, de momento. Al menos en el área que a mí me
           interesa especialmente.

               Wakefield  asintió,  convencido  de  que  el  área  que  a  Oliphant  «le  interesaba
           especialmente» se limitaba a las actividades de los ciudadanos extranjeros en suelo
           británico. A petición de Oliphant, Wakefield ordenaba con regularidad los archivos en
           grupos tan dispares como los Carbonarios, los Caballeros de la Camelia Blanca, la

           Sociedad Feniana, los Rangers de Texas, los Heitarai griegos, la agencia de detectives
           Pinkerton y la Junta Confederada de Investigación Científica, organizaciones de las

           que se tenía constancia que operaban en Gran Bretaña.
               —Confío  en  que  el  material  sobre  los  texanos  que  le  hemos  proporcionado  le
           haya sido de utilidad —dijo Wakefield, y se recostó haciendo crujir los engranajes de
           su asiento.

               —Bastante —le aseguró Oliphant.
               —¿No sabrá usted —empezó a decir el otro, mientras sacaba un lápiz dorado de

           su bolsillo— si su legación tiene la intención de mudarse? —Se dio unos golpecitos
           en los dientes de delante con el lápiz, lo que produjo un sonido que a Oliphant le
           resultó repulsivo.
               —¿Desde su sede actual en St. James? ¿En la casa del tratante de vinos Berry?

               —Exacto.
               Oliphant vaciló un momento mientras sopesaba el asunto.

               —No  lo  creo.  No  tienen  dinero.  Supongo  que  todo  dependerá  de  la  buena
           voluntad de su casero...
               Wakefield sonrió y se mordisqueó el labio inferior.

               —Wakefield —dijo Oliphant—, dígame, ¿quién quiere saberlo?
               —Antropometría criminal.
               —¿De verdad? ¿Realizan actividades de vigilancia?

               —Creo que se trata de una cuestión técnica, en realidad. Experimental. —Dejó el




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