Page 297 - La máquina diferencial
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guardó la tarjeta en el sobre y se quitó los guantes—. Parece estar en todas partes,
           nuestro querido y honorable Charles Egremont. No sabe cuánto nos está haciendo
           trabajar, Oliphant.

               —El texto del mensaje, Andrew, está aquí, en la Oficina. Existe físicamente, creo,
           aunque solo sea como unos pocos centímetros de cinta telegráfica.
               —¿Sabe  que  tengo  más  de  ochenta  kilómetros  de  trabajo  pendiente  desde  el

           penoso asunto del hedor? Por no mencionar el hecho de que su petición es aún más
           irregular que de costumbre.
               —«Aún más irregular que de costumbre». Qué ingenioso...

               —¡Y sus amigos de la División Especial vienen a molestar cada hora, exigiendo
           que pongamos en marcha las máquinas con la esperanza de desalojar a esos luditas
           que,  según  ellos,  están  adheridos  a  los  puntales  de  la  nación!  ¿Quién  es  ese

           condenado sujeto, Oliphant?
               —Un político radical bastante inexperto, según tengo entendido. O lo era, hasta el

           hedor y los desórdenes.
               —Hasta la muerte de Byron, querrá usted decir.
               —Pero ahora tenemos a lord Brunel, ¿no?
               —¡En efecto, y el Parlamento sumido en una absoluta locura, bajo sus pies!

               Oliphant dejó que se prolongara el silencio.
               —Si  pudiera  obtener  para  mí  el  texto  de  ese  telegrama,  Andrew  —dijo

           finalmente, en voz baja—, le estaría sumamente agradecido.
               —Es un hombre muy ambicioso, Oliphant. Con amigos ambiciosos.
               —No es usted el único que lo cree así.
               Wakefield suspiró.

               —En estas circunstancias, debo pedirle una discreción absoluta...
               —No hace falta ni mencionarlo.

               —Aparte de que nuestro parque está en un estado lamentable. Condensación de
           partículas. Las máquinas trabajan en turnos triples, y por suerte tenemos los aerosoles
           de lord Colgate, pero a veces llego a desesperar de que el sistema pueda funcionar
           como es debido. —Bajó la voz—. ¿Sabía usted que las funciones más avanzadas de

           la Napoleón llevan varios meses sin ser fiables?
               —¿El emperador? —dijo Oliphant fingiendo no entender sus palabras.

               —La producción anual de la Napoleón, en términos equivalentes, es casi el doble
           que la nuestra —dijo Wakefield—. Y, simplemente, ha dejado de funcionar bien. —El
           pensamiento parecía inspirarle un espanto especial.

               —Ellas también han tenido su propio hedor, ¿no?
               Wakefield sacudió la cabeza con aire sombrío.
               —Seguro —dijo Oliphant— que los engranajes están atascados con un trozo de

           piel de cebolla




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