Page 299 - La máquina diferencial
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gastados billetes de cinco libras.
Kriege no dijo nada. El silencio se prolongó.
—La Troupe de la Pantomima roja de las mujeres de Manhattan —dijo
Oliphant al fin. Kriege dejó escapar un resoplido de desprecio.
—¿Las famosas sáficas del Bowery han venido a Londres? Recuerdo haberlas
visto en el Purdy’s National. Cortejaron y se ganaron para la causa a los Conejos
muertos, cuya implicación en política se había limitado hasta el momento a broncas y
acciones de intimidación en las elecciones municipales. Los mozos de las carnicerías,
los limpiabotas y las prostitutas de Chatham Square y Five Points, ese era su público.
Proletarios sudorosos que acudían para ver cómo disparaba un arma una mujer antes
de que la pegaran contra una pared y le arrancaran la ropa. Tengo que decirle, señor,
que equivoca usted el destinatario de su interés.
Oliphant suspiró.
—Amigo mío, mi trabajo es hacer preguntas. Debe usted comprender que no
puedo revelarle mis razones para formular una pregunta concreta. Sé que ha sufrido
usted. Sé que sufre también ahora, en el exilio. —Oliphant recorrió los trágicos
aposentos con una mirada.
—¿Qué desea usted saber?
—Se nos ha sugerido que entre los diferentes elementos criminales que estuvieron
activos durante las recientes revueltas civiles había agentes de Manhattan. —Oliphant
aguardó.
—Lo creo poco probable.
—¿Y en qué se basa para decir eso, señor Kriege?
—Hasta donde yo sé, la Comuna no tiene el menor interés en perturbar el statu
quo de la Gran Bretaña. Sus radicales han demostrado que son testigos benevolentes
por lo que se refiere a la lucha de clases en América. De hecho, su nación se ha
comportado casi como una especie de aliado. —Había gran amargura en el tono de
Kriege, una especie de coagulado cinismo—. Era lógico que a Gran Bretaña le
interesara que la Unión del Norte perdiera la más importante de sus ciudades a manos
de la Comuna.
Oliphant se removió cautelosamente en la incómoda silla.
—Conoció usted personalmente al señor Marx, según tengo entendido. — Sabía
que para extraerle un fragmento de información a Kriege era necesario recurrir a su
principal pasión.
—¿Conocerlo? Yo estaba allí para recibirlo cuando llegó su barco. Me abrazó y,
sin perder ni un minuto, ¡me pidió prestados veinte dólares para pagar el alquiler en
el Bronx! —Kriege emitió una especie de carcajada estrangulada, rebosante de rabia
—. Llevaba a Jenny consigo, aunque su matrimonio no sobrevivió a la revolución...
Pero había una trabajadora irlandesa en su cama cuando me expulsó de la Comuna,
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