Page 302 - La máquina diferencial
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—. ¿Este es el asesino del profesor Rudwick?
               —Sí,  señor.  Aquí  vemos  gente  de  todas  clases,  pero  no  demasiados  gigantes
           argentinos. Lo recuerdo bastante bien.

               Fraser había sacado su cuaderno y estaba tomando notas.
               —¿Argentino? —preguntó Oliphant.
               —Hablaba español —dijo Sayers—. O al menos eso me pareció a mí. Ahora que

           lo  dicen,  ninguno  de  nosotros  lo  vio  cometer  el  asesinato,  pero  aquella  noche  no
           dejaba de jactarse de ello, así que dimos por hecho que había sido así.
               —El capitán está aquí —dijo el hijo de Sayers desde la puerta.

               —¡Demonios! ¡Y todavía no tengo todas sus ratas!
               —Fraser —dijo Oliphant—. Me apetece una ginebra tibia. Retirémonos al bar y
           dejemos que el señor Sayers haga los preparativos del espectáculo de esta velada. —

           Se  inclinó  para  examinar  una  jaula  más  grande.  Esta  parecía  contener  un  bloque
           sólido hecho de ratas.

               —Cuidado  con  los  dedos  —dijo  Sayers—.  Créame,  si  le  muerden  es  para  no
           olvidarlo. Esas no son de las más limpias que...
               En  el  salón,  un  joven  oficial,  evidentemente  el  mencionado  capitán,  estaba
           amenazando con abandonar el lugar si le hacían esperar más.

               —Yo  que  usted  no  me  bebería  eso  —dijo  Fraser  mirando  el  vasito  de  ginebra
           caliente de Oliphant—. Casi con toda seguridad estará adulterada.

               —De hecho es bastante buena —repuso Oliphant—. Deja un leve regusto como a
           cuasia amarga.
               —Un veneno embriagador.
               —En efecto. Los franceses lo utilizan en la preparación de ciertos remedios. ¿Qué

           me  dice  de  nuestro  buen  capitán,  aquí  presente?  —Oliphant  hizo  un  gesto  con  su
           ginebra hacia el hombre en cuestión, que caminaba de un lado a otro con aspecto

           agitado, examinando las uñas de diversos animales a medida que sus propietarios se
           las iban presentando. No dejaba de gritar que si no abrían el foso iba a marcharse
           inmediatamente.
               —Crimea —dijo Fraser.

               El capitán se inclinó para examinar las uñas de un joven terrier que llevaba en
           brazos un sujeto moreno y bastante fornido cuyos rizos sobresalían como unas alas

           por detrás de su sombrero hongo.
               —Velasco  —dijo  Fraser  como  si  estuviera  hablando  solo,  con  algo
           desagradablemente parecido al placer en su tono de voz, y sin perder un instante se

           llegó junto al aludido.
               El capitán se sobresaltó. Su hermoso y joven rostro se convulsionó, impelido por
           un  tic  violento,  y  la  mirada  de  Oliphant  se  llenó  de  imágenes  de  la  roja  Crimea:

           ciudades  enteras  que  ardían  como  hogueras  y  yermos  bombardeados,  cubiertos  de




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