Page 307 - La máquina diferencial
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Según el programa, cuyas letras estaban formadas por pequeños puntos, el Payaso se
           llamaba «Grajo Jaculatorias», aunque puede que este fuera el aspecto menos peculiar
           de  la  obra  interpretada  por  la  Troupe  de  la  Pantomima  Roja  de  las  mujeres  de

           Manhattan y titulada Mazulem, el búho nocturno. Otros personajes eran «el liberto
           Bill Oficina, un niño negro», «Levi Stickemall, un mercader que ofrece dos cigarros
           por  cinco  centavos»,  «un  mercachifle  yanqui»,  «una  ratera  de  tiendas»,  «un  pavo

           asado» y el mencionado «Mazulem».
               Según el programa, todos los participantes en el espectáculo eran mujeres, auque
           en algunos casos habría sido imposible juzgar la veracidad de esta aseveración. El

           Payaso,  engalanado  con  volantes  y  ataviado  con  un  traje  de  satén  elaboradamente
           cubierto  de  lentejuelas,  lucía  un  cráneo  totalmente  afeitado  sobre  una  siniestra
           máscara de Pierrot, cuya única gota de color eran los labios perfilados.

               La obra se había visto precedida por una breve y beligerante diatriba de una tal
           «Helena  América»,  cuyo  alborotado  pecho,  libre  de  todo  medio  de  sujeción  bajo

           varias capas de diáfanas gasas, había servido para mantener clavada en su persona la
           atención de la audiencia, mayoritariamente masculina. Su discurso estaba compuesto
           de eslóganes que Oliphant encontraba más crípticos que conmovedores. ¿Qué quería
           decir exactamente, por ejemplo, cuando declaraba que «No tenemos nada que llevar

           salvo nuestras cadenas»?
               Con  una  consulta  al  programa  averiguó  que  Helena  América  era  de  hecho  la

           autora de Mazulem, el búho nocturno, así como de Arlequín Panattaha y El genio de
           los algonquinos.
               El acompañamiento musical estaba a cargo de una organista de rostro ovalado,
           cuyos ojos brillaban por efecto de la demencia o el láudano.

               La pantomima se había abierto en lo que Oliphant supuso que pretendería ser el
           comedor de un hotel, donde el peripatético Pavo asado —interpretado aparentemente

           por un enano— atacaba a los comensales con un cuchillo. Oliphant no había tardado
           mucho en perder el hilo de la narración, si es que lo había, cosa que él dudaba. Los
           personajes interrumpían las escenas constantemente para lanzarse insultos. La obra
           contaba  con  una  especie  de  acompañamiento  quinotrópico,  consistente  en  una

           sucesión de toscos dibujos que no parecían guardar relación alguna con la acción.
               Oliphant miró de reojo a Mori, quien, sentado junto a él con su preciado sombrero

           de  copa  a  un  lado,  se  mantenía  impávido.  La  audiencia,  en  cambio,  se  mostraba
           ruidosamente activa, aunque no tanto como respuesta a la sustancia de la pantomima,
           fuera la que fuese, como a las danzas arremolinadas y curiosamente informes de las

           mujeres de la Comuna, cuyas espinillas y tobillos resultaban perfectamente visibles
           bajo los dobladillos deshilachados de sus floridos atuendos.
               A Oliphant empezó a dolerle la espalda.

               La coreografía aceleró hasta convertirse en una especie de asalto danzarín, con el




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