Page 311 - La máquina diferencial
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—¿Y hay muchos trabajadores?
               —Creo  que  no,  en  el  sentido  que  creo  que  da  usted  a  la  palabra,  aunque  las
           diferentes instalaciones y atracciones emplean a mucha gente.

               —No  he  visto  una  multitud  de  obreros  de  verdad  desde  que  llegamos  aquí.
           Bueno. ¡A comer! —Y con estas palabras, se inclinó y se puso manos a la obra. La
           conversación durante la comida, supuso Oliphant, no era un lujo demasiado apreciado

           en el Manhattan rojo.
               La  chica  dejó  los  «platos»  de  cartulina  totalmente  vacíos  de  migas  o  restos,  y
           apuró  los  últimos  restos  de  su  bebida  con  una  patata  frita  que  había  guardado

           cuidadosamente a tal efecto.
               Oliphant sacó su cuaderno de notas. Lo abrió y extrajo una tarjeta blanca con un
           retrato punteado de Florence Bartlett.

               —¿Conoce  usted  a  Flora  Barnett,  la  actriz  americana,  señorita  América?  Es
           enormemente popular en Manhattan, o al menos eso me han dicho hace poco... Le

           mostró la tarjeta.
               —No es actriz, señor. Ni americana. Si se le puede llamar algo es sureña; y casi
           francesa, la condenada. El Pueblo Alzado no necesita gente como ella. ¡Ya hemos
           colgado a unos cuantos!

               —¿Gente como ella? Helena América le devolvió la mirada con aire desafiante.
               —¿Y usted es periodista?

               —Siento si la...
               —Lo siente, como todo el mundo. Es usted un maldito...
               —Señorita América, por favor. Solo quiero...
               —Gracias por la comida, señor, pero no crea que puede avasallarme, ¿estamos?

               ¡Y ese brontosauro, para empezar, no tenía por qué estar aquí! ¡No tienen derecho
           a tenerlo, y un día estará en el Metropolitan de Manhattan, porque es propiedad del

           Pueblo Alzado. ¿Qué le hace creer que pueden venir a saquear los tesoros naturales
           del Pueblo?
               Y mientras decía esto, como si se tratase de una señal preparada de antemano,
           entró el muy formidable payaso de la Troupe de Pantomima Roja de las Mujeres de

           Manhattan,  con  su  pelado  cráneo  coronado  por  una  guinga  de  topos  y  unas  botas
           Chickamauga aún más grandes que las de Helena América.

               —Ya me iba, camarada Clystra —dijo Helena América.
               El payaso dirigió a Oliphant una mirada asesina y las dos mujeres se marcharon
           juntas.

               Oliphant miró a Mori.
               —Una  velada  peculiar,  señor  Mori.  Mori,  aparentemente  perdido  en  la
           contemplación del bullicio del autocafé,

               tardó un momento en responder.




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