Page 313 - La máquina diferencial
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hoja de papel de cuarenta y tres por treinta y cuatro:
querido charles punto hace nueve años me sometiste al peor deshonor
que puede conocer una mujer punto charles coma me prometiste que
salvarías a mi pobre padre punto en lugar de eso me corrompiste a mí coma
en cuerpo y alma punto hoy me voy de Londres en compañía de amigos
poderosos punto saben muy bien el traidor que fuiste con walter gerard y
conmigo punto no intentes encontrarme coma charles punto sería inútil
punto espero de verdad que tú y la señora egremont podáis dormir bien esta
noche punto sybil gerard.
Consciente solo a medias de que Bligh llegaba con el té, Oliphant permaneció
sentado sin moverse durante la mayor parte de una hora, con el mensaje frente a sí.
Entonces, tras servirse una taza de té templado, recogió sus útiles de escritura, sacó su
pluma y empezó a redactar, en su impecable francés de diplomático, una carta
dirigida a un tal monsieur Arslau, de París.
El aire aún olía a fulminante de flash.
El príncipe consorte se apartó, con toda su teutónica gravedad, de una cámara
estereóptica de fabricación suiza y saludó a Oliphant en alemán. Llevaba unas gafas
de aguamarina, cuyas lentes circulares no eran mayores que un par de florines, y un
delantal de fotógrafo de inmaculada tela blanca. Tenía los dedos manchados de
nitrato de plata.
Oliphant se inclinó, le dio a su alteza las buenas tardes en el idioma electivo de la
familia real y fingió examinar la cámara suiza, un complejo artefacto cuyas lentes
estereópticas, como dos ojos, miraban desde detrás de un ceño de bronce suave. Al
igual que los del señor Cart, el musculoso criado suizo del consorte, a Oliphant le
pareció que estaban demasiado separados.
—Le he traído a Affie un pequeño regalo, su alteza —dijo Oliphant. Su alemán,
como el del príncipe consorte, tenía acento de Sajonia, legado de una prolongada y
delicada misión que había llevado a cabo en este país a beneficio de la familia real.
Los parientes del príncipe Alberto de Coburgo, siempre duchos en el antiguo arte de
la política matrimonial, estaban empeñados en expandir sus diminutos dominios, una
cuestión sumamente delicada cuando la política del Despacho exterior era mantener a
los miniestados alemanes en el mayor grado de fragmentación que fuera
políticamente posible—. ¿Ha terminado ya sus lecciones el joven príncipe?
—Affie está enfermo —dijo Alberto mientras miraba una de las lentes de la
cámara a través de sus gafas tintadas. Sacó un pequeño cepillo y limpió con suavidad
la superficie de la lente. Se enderezó—. ¿Cree usted que el estudio de la estadística es
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