Page 310 - La máquina diferencial
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calzado grande y tosco de origen militar. Acompañado por Mori, la siguió al exterior
del Garrick. Ella no había esperado a que le ofreciera el brazo.
Los llevó calle abajo y, tal como había prometido, hasta una esquina. La luz de
gas parpadeaba frente a un cartel quinotrópico cuyo texto alternaba entre «Autocafé
Moses e Hijos» y «Limpio, moderno y rápido». Helena América volvió la mirada
hacia ellos con una sonrisa alentadora mientras sus generosas nalgas y caderas se
meneaban bajo la capa confederada y la muselina andrajosa del peculiar atuendo que
llevaba sobre el escenario.
El autocafé era un lugar bullicioso y abarrotado, lleno de gente de Whitechapel.
Sus ventanas de estructura de hierro estaban empañadas. Oliphant nunca había visto
nada parecido.
Helena América les demostró cómo funcionaba: tomó una bandeja rectangular de
gutapercha de un montón de otras idénticas y la dejó sobre una repisa de brillante
zinc. Sobre la repisa había varias ventanitas en miniatura, con molduras de bronce.
Oliphant y Mori siguieron su ejemplo. Detrás de cada ventanita se veía un plato
diferente. Oliphant, al ver las ranuras para las monedas, sacó su monedero. Helena
América eligió un trozo de pastel de carne, un plato de salchichas con mantequilla y
patatas fritas, que se pagaron con las monedas de Oliphant. Una moneda adicional de
dos peniques les proporcionó una cantidad muy copiosa de un brebaje de color
marrón y de aspecto muy sospechoso, servido de un grifo. Mori se decantó por una
patata asada, uno de sus platos favoritos, pero rechazó la bebida. Oliphant,
desorientado por la singularidad del lugar, optó por una pinta de cerveza rubia servida
por otro grifo.
—Clystra podría matarme por esto —dijo Helena América mientras dejaban sus
bandejas en una mesa de hierro ridículamente pequeña. La mesa, al igual que las
cuatro sillas que la rodeaban, estaba clavada al suelo de hormigón—. No le gusta que
hablemos con los caballeros de la prensa. — Se encogió de hombros bajo la capa de
color nogal oscuro. Sonrió alegremente y, tras revolver un pequeño montón de
cubertería barata, le dio a Mori un cuchillo y un tenedor—. ¿Ha estado usted en una
ciudad llamada Brighton, señor?
—Sí, de hecho sí.
—¿Y qué clase de lugar es?
Mori estaba examinando, con gran interés, el plato rectangular de cartulina que
había debajo de su patata.
—Es muy agradable —dijo Oliphant—. Muy pintoresco. El Pabellón Hidropático
es bastante famoso.
—¿Está en Inglaterra? —preguntó Helena América mientras masticaba un bocado
de salchichas.
—Lo está, sí.
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