Page 314 - La máquina diferencial
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una carga demasiado pesada para una mente joven y delicada?
               —¿En  mi  opinión,  su  alteza?  —dijo  Oliphant—.  El  análisis  estadístico  es,
           indudablemente, una técnica muy potente...

               —Su madre y yo disentimos sobre el particular —le confió el príncipe con cierta
           tristeza—. Y los progresos de Alfred en la materia distan mucho de ser satisfactorios.
           Pero en cualquier caso, la estadística es la clave del futuro. Las estadísticas lo son

           todo en Inglaterra.
               —¿Y progresa adecuadamente en sus otros estudios? —preguntó Oliphant.
               —En antropometría —respondió el príncipe con voz ausente—. Y en eugenesia.

           Materias importantes, sin duda, pero quizá menos gravosas para una mente joven.
               —Quizá  podría  tener  una  charla  con  él,  su  alteza  —dijo  Oliphant—.  Estoy
           convencido de que el muchacho hace todo lo que puede.

               —Estará en su cuarto, sin duda —dijo el príncipe.
               Oliphant recorrió el aireado glamour de los reales aposentos hasta el cuarto de

           Alfred,  donde  fue  recibido  por  un  chillido  de  alegría.  El  joven  príncipe  se  bajó
           descalzo de la cama y pasó hábilmente sobre las vías de un elaboradísimo tren de
           juguete.
               —¡Tío Larry! ¡Tío Larry! ¡Brillante! ¿Qué me has traído?

               —Lo último del barón Zorda.
               En el bolsillo de Oliphant, envuelto en papel de celofán verde y con un intenso

           olor a tinta barata fresca, había una copia de Padrenuestro, el bandido a vapor, de un
           tal  «barón  Zorda»,  tercer  volumen  de  una  serie  muy  popular,  por  cuyos  dos
           antecesores,  El  ejército  de  los  esqueletos  y  El  cochero  del  zar,  el  joven  príncipe
           Alfred había mostrado un entusiasmo sin reservas. La portada del libro, de brillantes

           colores, mostraba al audaz Padrenuestro, pistola en mano, mientras escalaba por la
           parte delantera de un vehículo lanzado a la carrera que resultaba ser un coche último

           modelo: forrado de metal, bulboso en la proa y muy estrecho en la parte trasera. El
           frontispicio,  que  Oliphant  había  examinado  en  el  quiosco  de  prensa  de  Piccadilly
           donde lo había encontrado, mostraba en mayor detalle al salteador de caminos del
           barón Zorda, sobre todo por lo que se refería a su atuendo, que incluía un cinturón de

           cuero tachonado y unos pantalones con abotonaduras en la boca de las perneras.
               —¡Extraordinario! —El muchacho arrancó con impaciencia el papel de celofán

           verde  de  Padrenuestro,  el  bandido  a  vapor—.  ¡Mira  qué  coche,  tío  Larry!  ¡Es
           aerodinámico, como el modelo sesenta!
               —Padrenuestro  solo  acepta  lo  más  rápido,  Affie.  Y  mira  el  frontispicio.  Está

           vestido como Ned el Mandíbulas.
               —¡Mira qué pantalones! —dijo Alfred con tono admirativo—. ¡Y qué cinturón
           más genial, canastos!

               —¿Qué  tal  ha  ido  todo  desde  mi  última  visita,  Affie?  —preguntó  Oliphant




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