Page 312 - La máquina diferencial
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—¡Tendremos lugares como este en mi país, Oriphant san! ¡Limpios! ¡Modernos!
¡Rápidos!
Al regreso de Oliphant a Half Moon Street, Bligh lo siguió al piso de arriba y luego
hasta la puerta del estudio.
—¿Puedo pasar un momento, señor? —Tras cerrar la puerta tras ellos con su
propia llave, Bligh se dirigió a un pequeño buró de madera donde Oliphant guardaba
sus útiles de fumador. Levantó la tapa de un humedecedor, introdujo la mano en su
interior y sacó un pequeño cilindro de latón lacado en negro—. Esto lo ha traído hasta
la puerta de la cocina un joven, señor. No quiso darme su nombre cuando se lo pedí.
Me he tomado la libertad de abrirlo, recordando intentos anteriores...
Oliphant cogió el tubo metálico y le desenroscó la tapa. Cinta telegráfica
perforada.
—¿Y el joven?
—Un operador de máquina subalterno, a juzgar por el estado de sus zapatos. Por
no hablar de que llevaba los típicos guantes de algodón de los operadores, que no se
quitó en ningún momento.
—¿Y no dejó ningún mensaje?
—Sí, señor. «Dígale», dijo, «que no podemos hacer más. Es un momento
peligroso y no debe volver a hacer peticiones parecidas».
—Ya veo. ¿Te importaría preparar una tetera de té verde muy cargado?
Una vez solo, Oliphant se puso a retirar el grueso cristal de su receptor de
telégrafo personal, para lo que tuvo que sacar cuatro tornillos de bronce. Tras dejar a
un lado la elevada vitrina cóncava, pasó unos minutos estudiando el manual de
instrucciones del fabricante. Registró varios cajones hasta encontrar lo que
necesitaba: una manivela de mano con empuñadura de nogal y un pequeño
destornillador de metal grabado con el monograma de Colt & Maxwell Company.
Localizó el interruptor de la base del instrumento y cortó la conexión eléctrica con la
oficina telegráfica. A continuación utilizó el destornillador para llevar a cabo los
necesarios ajustes, introdujo cuidadosamente el extremo de la cinta en la brillante
rueda catalina de acero, volvió a colocar las placas y respiró hondo.
Por un instante, fue simultáneamente consciente de los latidos de su propio
corazón, del silencio de la noche que se cernía sobre él desde la oscuridad de Green
Park y del Ojo. Cogió la manivela, introdujo su punta hexagonal en el enchufe del
mecanismo y empezó, sin prisa pero sin pausa, a girarlo en el sentido de las agujas
del reloj. Los martillos empezaron a subir y bajar, subir y bajar, para descifrar los
códigos perforados de la cinta de la Oficina de Correos. Oliphant se negó a leerla
mientras iba saliendo de la ranura.
Terminó. Con unas tijeras y un poco de pegamento, recreó el mensaje sobre una
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