Page 317 - La máquina diferencial
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—Ese es Halliday —dijo—. El jefe de Antropometría Criminal.
               —Sí, señor —dijo Fraser—. Están investigando el caso. Alguien ha irrumpido en
           el  museo  de  Geología  Práctica.  La  Real  Sociedad  es  un  auténtico  avispero  y  el

           condenado  Egremont  va  a  aparecer  en  todos  los  periódicos  denunciando  una
           conspiración ludita. Lo único bueno es que el doctor Mallory está en China.
               —¿Mallory? ¿Y qué tiene que ver aquí?

               —El leviatán terrestre. La señorita Bartlett y sus cohortes intentaron llevarse el
           cráneo.
               Rodearon una de las barreras improvisadas, cuyo tejido áspero estaba estampado

           con la gruesa flecha del Departamento de Intendencia del Ejército.
               Un  caballo  de  tiro  esperaba  junto  a  un  gran  charco  de  sangre  que  se  iba
           oscureciendo por momentos. El coche, un modelo normal, de tiro individual, estaba

           cerca, volcado, y con los paneles, lacados y negros, cosidos a balazos.
               —Estaba con dos hombres. Tres, si contamos el cadáver que dejaron en el museo.

           El cochero era un exiliado yanqui llamado Rusell, un matón de poca monta que vivía
           en Seven Dials. El otro era Henry Dease de Liverpool, un experto en reventar cajas
           fuertes.  Cuando  estaba  en  el  cuerpo  debí  de  encerrarlo  unas  diez  veces,  como
           mínimo. Están allí, señor —señaló—. Evidentemente, Rusell, el cochero, se enzarzó

           en una discusión a gritos con otro por la preferencia de paso.
               Un  metropolitano  que  estaba  controlando  el  tráfico  trató  de  intervenir,  y  fue

           entonces cuando Rusell sacó una pistola. Oliphant estaba mirando fijamente el coche
           volcado.
               —El  oficial  estaba  desarmado,  pero  resulta  que  pasaban  por  allí  un  par  de
           detectives de Bow Street...

               —Pero ese coche, Fraser...
               —Obra de un vehículo del ejército, señor. La última de las guarniciones está junto

           al  viaducto  de  Holborn.  —Hizo  una  pausa—.  Dease  tenía  una  escopeta  rusa...
           Oliphant sacudió la cabeza, incrédulo.
               —Ocho civiles en el hospital —dijo Fraser—. Un detective muerto. Pero venga
           por aquí, señor. Mejor que acabemos con esto.

               —¿Por qué están ahí esas pantallas de tela?
               —Órdenes de Antropometría Criminal.

               Oliphant se sentía como si estuviese avanzando por un sueño, movido por unas
           piernas entumecidas y carentes de voluntad. Se dejó conducir hasta donde había tres
           cuerpos tendidos cubiertos por telas. El rostro de Florence Bartlett era una espantosa

           ruina.
               —Vitriolo —dijo Fraser—. Una bala reventó el frasco donde lo llevaba. Oliphant
           se  apartó  rápidamente,  y  se  llevó  el  pañuelo  a  la  cara  para  contener  las  ganas  de

           vomitar.




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