Page 320 - La máquina diferencial
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—No me dijo nada.
—Fue anteayer.
—¿Y quiénes eran esos hombres?
—El primero, un grasiento y pequeño chulo de putas, es detective privado.
Velasco se llama. El otro parecía del Gobierno, a juzgar por su aspecto.
—¿Se lo llevaron a plena luz del día? ¿Por la fuerza? —Ya sabe usted cómo va
eso —dijo Becky Dean.
En el sedante tufo del silencioso almacén de su estanquero, en la esquina de Chancery
Lane y la calle Carey, Oliphant sostenía por la esquina el papel cebolla azul sobre la
modesta llama de un encendedor de bronce con forma de turco con turbante.
Ante sus ojos, el papel quedó reducido a delicadas cenizas de color rosado.
El saquillo contenía un revolver automático Ballester-Molina, un frasco de bronce
plateado lleno con una decocción de intenso olor dulzón y una caja de madera. Esta
última era, claramente, el objeto en cuestión. En su interior había un gran número de
tarjetas, para una máquina del tamaño de la Napoleón, hechas de un material nuevo,
lechoso y muy suave al tacto.
—Este paquete —le dijo al señor Beadon, el estanquero— solo me lo dará a mí.
—Desde luego, señor.
—La única excepción es mi criado, Bligh.
—Como desee el señor. —Si alguien preguntara por mí, Beadon, envíe
inmediatamente un chico a avisar a Bligh.
—Será un placer, señor.
—Gracias, Beadon. ¿Podría también dejarme cuarenta libras y apuntarlas en mi
cuenta?
—¿Cuarenta, señor?
—Sí.
—Sí, claro, señor. Será un placer, señor Oliphant. —El señor Beadon sacó un
llavero de su chaqueta y se dispuso a abrir una caja fuerte de aspecto admirablemente
moderno.
—Y una docena de habanos de primera. Una cosa más, Beadon.
—¿Señor?
—Creo que sería muy conveniente que guardara el paquete en esa caja fuerte.
—Por supuesto, señor.
—Ese restaurante, el Lambs, está cerca de aquí, ¿verdad?
—Sí, señor. En Holborn, señor. Es un trecho corto.
La primera nevada del año, formada por una materia arenosa y reseca que no parecía
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