Page 316 - La máquina diferencial
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Pasaron a la velocidad del rayo junto al parque de St. James, cuyos tilos de ramas
desnudas y negras volaron frente a la ventana como el humo arrastrado por el viento.
El conductor, que llevaba unas gafas de cuero de lentes redondas, estaba claramente
disfrutando de su carrera, y de vez en cuando lanzaba un agudo pitido que hacía
encabritarse a los caballos y correr a esconderse a los peatones. El maquinista, un
joven y fornido irlandés, sonreía como un maniático mientras echaba paladas de
carbón en la caldera.
Oliphant ignoraba adónde se dirigían. En aquel momento, mientras se acercaban a
Trafalgar, el tráfico obligaba al conductor a pitar continuamente, lo que generaba un
lastimero y estrepitoso ululato, como el rugido de pesar de algún coloso marino
legendario. El tráfico, al escuchar este sonido, se abría como el mar Rojo delante de
Moisés. Los policías los saludaban prontamente cuando pasaban junto a ellos como
un cohete. Los mozalbetes de las calles y los barrenderos con los que se cruzaban
volvían la mirada con deleite al ver un esbelto pez de metal que descendía
atronadoramente por la ribera.
La tarde había oscurecido. Al llegar a Fleet Street, el conductor pisó el freno y
apretó una palanca que liberó un potente chorro de vapor. El aerodinámico coche se
detuvo con un estremecimiento.
—Vaya, señor —comentó el conductor mientras se levantaba las gafas para mirar
por encima del cristal esmerilado que el vehículo tenía en la proa—. Mire eso.
El tráfico, vio Oliphant, se había detenido del todo a causa de la erección de unas
barricadas de madera cubiertas de lámparas. Detrás de ellas se veía a unos soldados
con cara de pocos amigos, uniformados y con sus carabinas Cutts-Maudslay
preparadas para disparar. Tras ellos, unos lienzos que colgaban de unas maderas
erguidas, como si alguien estuviera intentando levantar un escenario en medio de
Fleet Street.
El maquinista se limpió la cara con un pañuelo de topos.
—Aquí pasa algo que no quieren que vea la prensa.
—Pues entonces se han equivocado de calle —dijo el conductor—. ¿No?
Mientras Oliphant bajaba del vehículo, Fraser se le acercó a buen paso.
—La hemos encontrado —le dijo con aire sombrío.
—Y, según parece, hemos atraído una notable publicidad en el proceso. ¿No sobra
un poco de infantería?
—Esto no es cosa de broma, señor Oliphant. Será mejor que venga conmigo.
—¿Betteridge está aquí?
—No lo he visto. Por aquí, si tiene la bondad. —Fraser se introdujo entre dos
barricadas. Un soldado los saludó con un gesto seco de la cabeza.
Oliphant vio a un caballero con mostacho enfrascado en urgente conversación con
dos policías.
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