Page 283 - La máquina diferencial
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—. El señor Fraser está esperándolo, señor. No hemos movido nada.
               Oliphant dejó que lo llevara por la puerta y por una angosta escalera de peldaños
           peligrosamente empinados hasta llegar al piso superior. Salieron a un pasillo vacío,

           iluminado por una segunda lámpara de carburo. Grandes y extensos continentes de
           nitrato manchaban las paredes de yeso desnudo. El olor a quemado era más intenso
           allí.

               Tras atravesar otra puerta se encontró, bajo otra luz intensa, con la cara de Fraser,
           orientada en su dirección desde el suelo, donde estaba arrodillado junto a un cadáver.
           Hizo ademán de hablar; Oliphant lo silenció con un gesto.

               Allí estaba, pues, la fuente de aquella peste. Sobre una cómoda pasada de moda
           descansaba  un  moderno  y  compacto  hornillo  Primus,  de  los  que  se  usaban  para
           acampar. El bronce del depósito de combustible brillaba como un espejo. El soporte

           circular  sujetaba  una  sartén  de  hierro  negro.  Lo  que  quiera  que  hubiese  estado
           cocinándose en aquel recipiente era ahora un residuo calcinado que emitía una peste

           agria.
               Oliphant  dirigió  su  atención  al  cadáver.  El  hombre  había  sido  un  auténtico
           gigante. En aquella habitación tan pequeña había que tener cuidado para no pisar sus
           miembros estirados. Empezó a estudiar los rasgos contorsionados, los ojos apagados

           por la muerte. Enderezó la espalda y miró a Fraser.
               —¿Qué ha pasado aquí?

               —Estaba  calentando  unas  judías  en  lata  —dijo  Fraser—.  Y  comiéndoselas
           directamente  de  la  lata.  Con  esto.  —Con  la  punta  del  zapato,  Fraser  señaló  una
           cuchara de cocina hecha de esmalte azul—. Yo diría que estaba solo. Creo que se
           tomó como una tercera parte de la lata antes de que el veneno hiciera efecto.

               —Veneno  —dijo  Oliphant  mientras  sacaba  la  cigarrera  y  el  cortador  de  su
           chaqueta—. ¿Cuál cree que era? —Extrajo un cigarro, le rebanó la punta y la perforó.

               —Algo potente —dijo Fraser— a juzgar por su aspecto.
               —Sí —asintió Oliphant—. Era un individuo fuerte.
               —Señor —dijo Betteridge—. Será mejor que vea esto. —Sacó un cuchillo muy
           largo  con  una  vaina  de  cuero  manchada  de  sudor.  Una  especie  de  arnés  de  cuero

           colgaba  de  la  vaina.  La  empuñadura  era  de  cuerno  sin  pulir  y  la  hoja,  de  acero.
           Betteridge lo desenvainó. Era una especie de puñal de marinero, aunque de una sola

           hoja, con una curiosa curva invertida en la punta.
               —¿Y ese trozo de bronce a lo largo de la punta? —preguntó Oliphant.
               —Para parar los golpes de otra arma —dijo Fraser—. El metal es más blando.

               Atrapa las hojas. Un invento americano.
               —¿Tiene la marca del taller?
               —No, señor —respondió Betteridge—. Forjado a mano por un herrero, a juzgar

           por su aspecto.




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