Page 69 - La máquina diferencial
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casco  de  color  escarlata  estaba  absurdamente  suspendido  entre  un  par  de  grandes
           ruedas.  Ruedas  motrices  vio  al  acercarse  más;  los  pistones  pulidos  de  latón  se
           introducían en aberturas de bordes suaves practicadas en aquella concha o casco de

           aspecto insustancial. No era un barco. Se parecía a una lágrima, más bien, o a un gran
           renacuajo. Una tercera rueda, bastante pequeña y un tanto cómica, iba montada sobre
           un eslabón giratorio al final de la larga cola ahusada.

               Distinguió el nombre pintado en color negro y dorado en la proa bulbosa, bajo un
           trozo curvo de cristal emplomado con exquisitez: Céfiro.
               —¡Ven, Ned, únete a nosotros! —canturreó su hermano haciéndole señas—. ¡No

           seas tímido! —Los otros se rieron entre dientes del descaro de Tom, mientras Mallory
           se  adelantaba  arañando  el  suelo  con  sus  botas  claveteadas.  Su  hermanito  Tom,  de
           diecinueve años, se había dejado crecer el primer bigote y daba la sensación de que

           un  gato  podría  quitárselo  a  lametones.  Mallory  le  ofreció  la  mano  a  su  amigo,  el
           maestro de Tom.

               —¡Señor Michael Godwin, señor! —dijo.
               —¡Doctor Mallory, señor! —respondió Godwin, un ingeniero rubio de cuarenta
           años con unos bigotes como chuletas de cordero y mejillas picadas por la viruela.
           Pequeño  y  fornido,  con  unos  ojos  astutos  y  reservados,  Godwin  comenzó  una

           inclinación reverente, pero se lo pensó mejor, dio unas palmadas suaves a Mallory en
           la  espalda  y  le  presentó  a  sus  compañeros.  Eran  Elijah  Douglas,  oficial,  y  Henry

           Chesterton, maestro de segundo grado.
               —Un privilegio, señores —declaró Mallory—. Esperaba grandes cosas de
               ustedes, pero esto es una revelación. —¿Qué piensa de ella, doctor Mallory? —
           ¡Yo diría que está muy lejos de nuestra fortaleza de vapor! —No se construyó para su

           Wyoming —respondió Godwin—, y eso explica
               una  cierta  carencia  de  armas  y  blindaje.  La  forma  surge  de  la  función,  como

           tantas veces nos dijo usted. —Es pequeña para un faetón de carreras, ¿no? —aventuró
           Mallory algo perdido—. Una forma peculiar.
               —Construida según unos principios, señor, y unos principios recién descubiertos,
           la verdad. Y tras su invención hay una buena historia que tiene que ver con un colega

           suyo. Seguro que recuerda al difunto profesor Rudwick.
               —Ah, sí, Rudwick... —murmuró Mallory, luego dudó—. No se puede decir que

           sea hombre de principios nuevos, el tal Rudwick... Douglas y Chesterton lo miraban
           sin disimular su curiosidad.
               —Los  dos  éramos  paleontólogos  —dijo  Mallory,  que  de  repente  se  sentía

           incómodo—, pero el tipo se creía perteneciente a una especie de nobleza. Se daba
           aires y sostenía teorías anticuadas. Bastante confuso en su modo de pensar, en mi
           opinión.

               Los dos mecánicos no parecían muy convencidos.




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