Page 74 - La máquina diferencial
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tenga en su gloria.
Mallory se quedó espantado.
—¿Todo? Godwin lanzó una risita seca.
—Bueno, no pueden quitarme lo que sé, ¿no es así? Todavía tendré mi saber.
Quizás aceptase otra expedición de la Real Sociedad. Pagan bastante bien. Pero
estoy arriesgando todo lo que tengo en Inglaterra. Es la fama o el hambre, Ned, sin
puntos intermedios.
Mallory se atusó la barba. —Me sorprende usted, señor Godwin. Siempre me
pareció un hombre práctico.
—Doctor Mallory, mi público de hoy es la flor y nata de la Gran Bretaña. El
primer ministro estará hoy aquí. El príncipe consorte también asiste. Está aquí lady
Ada Byron, y para apostar con prodigalidad, de ser verdad lo que dicen los rumores.
¿Cuándo tendré una oportunidad parecida?
—Comprendo su lógica —respondió Mallory—, aunque no puedo decir que la
apruebe. Pero claro, su posición en la vida le permite correr ese riesgo. No es usted
un hombre casado, ¿verdad?
Godwin tomó un sorbo de su cerveza.
—Y usted tampoco, Ned.
—No, pero tengo ocho hermanos y hermanas más jóvenes, a mi anciano padre
con una enfermedad mortal y a mi madre consumida por el reumatismo. No puedo
jugarme el sustento de mi familia.
—Las probabilidades son de diez a uno, Ned. ¡Probabilidades de estúpidos!
Deberían estar cinco a tres a favor del Céfiro.
Mallory guardó silencio. Godwin suspiró.
—Es una pena. De verdad que quería que un buen amigo ganara ese envite. Una
gran ganancia, ¡una ganancia majestuosa! Yo no puedo, ya ve usted. Quería, pero me
he gastado hasta la última libra en el Céfiro.
—Quizá una apuesta modesta... —aventuró Mallory—. Por los amigos.
—Apueste diez libras por mí —solicitó Godwin de repente—. Diez libras, un
préstamo. Si pierde, se lo devuelvo de algún modo en los días venideros. Si gana, nos
dividimos cien libras esta noche, mitad y mitad. ¿Qué me dice? ¿Lo hará por mí?
—¡Diez libras! Es una suma considerable...
—Tiene mi palabra.
—En eso confío. —Mallory no veía ya forma de negarse. Aquel hombre había
dado a Tom un lugar en la vida y él se sentía en deuda—. Muy bien, señor Godwin.
Para complacerlo.
—No se arrepentirá —le aseguró Godwin. Se sacudió con tristeza las mangas
deshilachadas de la levita—. Cincuenta libras... No me vienen mal. Un inventor
triunfante y en alza no tendría por qué vestir como un clérigo.
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