Page 72 - La máquina diferencial
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—No he estado en Londres. He estado en Lewes, con la familia. Por la mañana
           tomé el tren de allí a Leatherhead y luego me vine a pie.
               —¿Vino andando hasta el derby desde Leatherhead? ¡Eso son diez millas, o más!

               Mallory sonrió.
               —Usted me ha visto recorrer veinte a campo traviesa en los páramos de
               Wyoming, a la caza de fósiles. Me apetecía ver otra vez el campo inglés. Acabo

           de volver de Toronto con todos los cajones de huesos enyesados, mientras que usted
           ya lleva meses aquí, hartándose de esto. —Señaló la campiña con un gesto del brazo.
               Godwin asintió.

               —¿Y qué le parece el sitio, ahora que ha vuelto a casa?
               —Anticlinal de la cuenca londinense —respondió Mallory—. Lechos de creta del
           Terciario y el Eoceno, un poco de arcilla de sílex moderna.

               Godwin se echó a reír.
               —Todos somos arcilla de sílex moderna. Vayamos ahí; esos muchachos venden

           una cerveza decente.
               Bajaron una suave cuesta hasta un carro atestado de gente y cargado de barriles
           de cerveza. Los propietarios no tenían ponche de coñac. Mallory adquirió un par de
           pintas.

               —Fue  muy  amable  al  aceptar  nuestra  invitación  —dijo  Godwin—.  Sé  que  es
           usted  un  hombre  muy  ocupado,  señor,  con  todas  esas  famosas  controversias

           geológicas y demás asuntos.
               —No  más  ocupado  que  usted  —dijo  Mallory—.  Trabajo  de  ingeniería  pura.
           Práctico y útil, sin más. Se lo envidio, de veras.
               —No,  no  —dijo  Godwin—.  Ese  hermano  suyo  le  pone  por  las  nubes.  ¡Como

           hacemos todos! Es usted un hombre que promete mucho, Ned. Su estrella está en
           alza.

               —Tuvimos una suerte excelente en Wyoming, desde luego —admitió Mallory—.
           Hicimos un gran descubrimiento. Pero sin usted y su fortaleza de vapor, esos pieles
           rojas nos habrían despachado en un momento.
               —No estaban tan mal, una vez que se tranquilizaban y probaban el güisqui.

               —Ese salvaje suyo respeta el acero inglés —dijo Mallory—. Las teorías sobre
           huesos viejos no le impresionan demasiado.

               —Bueno —respondió Godwin—. Yo soy un buen hombre de partido y estoy con
           lord Babbage. «La teoría y la práctica deben ser como el hueso y el músculo».
               —Un  sentimiento  tan  digno  se  merece  otra  pinta  —anunció  Mallory.  Godwin

           quiso pagar—. Por favor, permítame. Todavía me estoy gastando el incentivo de la
           expedición.
               Godwin,  con  la  pinta  en  la  mano,  apartó  un  poco  a  Mallory  para  que  no  los

           oyeran los otros bebedores. Observó a su alrededor con cuidado, se quitó los anteojos




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