Page 82 - La máquina diferencial
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—Muy bien, señora —dijo. Se metió la caja de madera bajo un brazo y ofreció a
la dama el otro codo—. Procederemos a ir de inmediato al recinto real. Si tiene la
bondad de acompañarme, por favor...
Mallory la guió hacia las tribunas a través de un torrente de personas; cojeaba
levemente. Mientras caminaban, la mujer pareció recuperarse un poco. Su mano
enguantada descansaba en el antebrazo masculino con la ligereza de una telaraña.
Mallory esperó a que hubiera un hueco en la algarabía. Encontró uno por fin bajo
las columnas blanqueadas de las tribunas.
—¿Me permite presentarme, señora? Me llamo Edward Mallory. Soy miembro de
la Real Sociedad, paleontólogo.
—La Real Sociedad... —murmuró la mujer con aire ausente. Su cabeza velada
asentía como una flor en su tallo. Pareció murmurar algo más.
—¿Disculpe?
—¡La Real Sociedad! Hemos absorbido el sustento de los misterios del
universo...
Mallory se la quedó mirando.
—Las relaciones fundamentales de la ciencia de la armonía —continuó la mujer
con un tono de una honda nobleza, un gran cansancio y una profunda calma— son
susceptibles de encontrar una expresión mecánica, permitiendo así la composición de
obras musicales y científicas elaboradas, con cierto grado de complejidad y
extensión.
—No cabe duda —la tranquilizó Mallory.
—¡Creo, caballeros —susurró la mujer—, que cuando vean ciertas de mis
producciones no desesperarán conmigo! A su manera, mis regimientos formados
servirán con habilidad a los gobernantes de la Tierra. ¿Y con qué materiales se
producirán mis regimientos? Con números inmensos.
Se había aferrado al brazo de Mallory con una intensidad febril.
—Marcharemos con un poder irresistible al ritmo de la música. —La mujer
volvió hacia él su rostro velado, con una extraña y enérgica impaciencia—. ¿No es
misterioso? Desde luego que mis tropas deben estar compuestas de números, o bien
no podrían siquiera existir. En esta sazón, ¿qué son tales números? Existe una
adivinanza...
—¿Es esta su caja, señora? —dijo Mallory ofreciéndosela, con la esperanza de
suscitar su vuelta al sentido común.
La dama miró la caja, al parecer sin reconocerla. Era una hermosa obra de
palisandro pulido, con las esquinas cubiertas de latón. Bien podría haber sido la caja
de guantes de una aristócrata, pero era demasiado tosca, carecía de elegancia para
ello. La larga tapa estaba sujeta por un par de diminutos ganchos de latón. La mujer
estiró la mano para acariciarla con el dedo índice enguantado, como si quisiera
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