Page 81 - La máquina diferencial
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encontraba a su lado con una mirada endemoniada. Algo destellaba en su mano:
parecía un frasco de cristal, por extraño que resultara. La mirada de la mujer voló
hacia el suelo, pero Mallory dio un paso prudente a un lado y se colocó entre ella y la
larga caja de madera. Siguió un momento de tensión en el que la fulana pareció
sopesar sus alternativas. Se decantó por ayudar al ojeador caído.
—¡Te destruiré por completo! —repetía el dandi con los labios ensangrentados.
La mujer lo ayudó a levantarse. La multitud se burló de él por cobarde y fanfarrón.
—Inténtalo —sugirió Mallory blandiendo el puño.
Mientras el hombre se apoyaba sobre su compañera, lo perforó con una mirada
que denotaba la furia de un reptil; luego desaparecieron tambaleantes entre la
muchedumbre. Mallory recuperó la caja con gesto brusco y triunfante, se volvió y se
abrió camino a empujones por el jubiloso círculo de hombres. Uno de ellos le dio
unas campechanas palmadas en la espalda. Mallory se dirigió a la carroza
abandonada.
Se subió a ella. El interior era de terciopelo gastado y cuero. El ruido de la
multitud se apagaba poco a poco. La carrera había terminado. Alguien había ganado.
La dama estaba tendida sobre el asiento desvencijado; su aliento agitaba el velo.
Mallory miró con rapidez a su alrededor en busca de posibles atacantes, pero no vio
más que la neutra multitud. Lo percibía todo de un modo muy curioso, como si aquel
instante estuviera congelado, daguerrotipado por medio de algún fabuloso proceso
que capturaba hasta el último matiz del espectro.
—¿Dónde está mi carabina? —preguntó la mujer con voz baja y distraída.
—¿Y quién era su carabina, señora? —respondió Mallory un poco confuso—. No
creo que sus amigos fueran compañía adecuada para una dama...
La sangre le manaba por la herida del muslo izquierdo y se le filtraba por la
pernera del pantalón. Se sentó con pesadez en la felpa gastada del asiento, se apretó la
pierna lastimada con la mano y se asomó al velo de la mujer. Unos tirabuzones
pálidos y sofisticados, y al parecer salpicados de gris, delataban las atenciones
continuadas de una doncella de gran talento. Pero el rostro parecía poseer una extraña
familiaridad.
—¿La conozco, señora? —preguntó Mallory. No hubo respuesta.
—¿Me permite acompañarla? —sugirió él—. ¿Tiene algún amigo adecuado en el
derby, señora? ¿Alguien que cuide de usted?
—El recinto real —murmuró ella.
—¿Desea ir al recinto real? —La idea de molestar a la familia real con aquella
loca confusa era bastante más de lo que Mallory estaba dispuesto a permitir. Luego se
le ocurrió que sería muy sencillo encontrar allí a la policía, y aquel era un asunto
policial de algún tipo, sin lugar a dudas.
Complacer a la infeliz sería la opción más sencilla.
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