Page 86 - La máquina diferencial
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la  línea  de  meta.  Entonces  el  faetón  se  deslizó  hasta  detenerse,  tropezando  con
           violencia en los profundos surcos que habían dejado sus competidores.
               Pasaron cuatro segundos completos antes de que el aturdido árbitro de pista se

           decidiera a agitar la bandera. Los otros faetones seguían doblando la última y lejana
           curva, cien metros más atrás.
               La multitud prorrumpió de pronto en un atónito clamor, no tanto de alegría como

           de absoluta incredulidad, e incluso de una extraña suerte de furia.
               Henry Chesterton salió del Céfiro. Se apartó la bufanda, se apoyó sin prisas en el
           casco reluciente de su nave y contempló con fría insolencia los otros faetones, que se

           esforzaban todavía por cruzar la línea de meta. Para cuando llegaron, parecían haber
           envejecido varios siglos. Mallory se dio cuenta de que eran reliquias.
               Echó  mano  al  bolsillo.  Los  recibos  de  las  apuestas  seguían  allí,  a  salvo.  Su

           naturaleza  material  no  había  cambiado  en  absoluto,  pero  ahora  aquellos  trocitos
           azules de papel significaban indefectiblemente que había ganado cuatrocientas libras.

           No,  quinientas  libras  en  total,  cincuenta  de  las  cuales  tenían  que  entregarse  al
           victoriosísimo señor Michael Godwin.
               Mallory oyó una voz que resonaba en sus oídos, entre el tumulto creciente de la
           multitud.

               —Soy rico —comentó la voz con calma. Era su propia voz. Era rico.





           Esta imagen es un daguerrotipo formal de los que distribuía la aristocracia británica
           en los estrechos círculos de amigos y conocidos. El fotógrafo bien podría haber sido
           Alberto, el príncipe consorte, un hombre cuyo muy divulgado interés por los temas

           científicos lo había convertido, al parecer, en un auténtico íntimo de la elite radical de
           Gran Bretaña. Las dimensiones de la habitación y las suntuosas colgaduras del telón
           de fondo sugieren con fuerza que la imagen se tomó en el salón fotográfico que el

           príncipe Alberto tenía en el palacio de Windsor.
               Las  mujeres  representadas  son  lady  Ada  Byron  y  su  compañera  y  supuesta
           carabina, lady Mary Somerville. Esta última, autora de En relación con la Física y

           traductora de la Mecánica celestial de Laplace, tiene la expresión resignada de una
           mujer  acostumbrada  a  los  caprichos  de  su  compañera,  más  joven.  Ambas  mujeres
           llevan sandalias doradas y vestiduras blancas, en cierto modo semejantes a una toga

           griega aunque con importantes influencias del neoclasicismo francés. Son, de hecho,
           las prendas de las afiliadas a la Sociedad de la Luz, el secreto círculo interno y brazo
           propagandístico  internacional  del  Partido  Radical  Industrial.  La  anciana  señora

           Somerville  también  luce  un  prendedor  de  bronce  adornado  con  símbolos
           astronómicos, representación encubierta del alto puesto que esta intelectual ocupaba
           en los consejos científicos europeos.

               Lady Ada, con los brazos desnudos salvo por el sello que muestra en el índice


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