Page 91 - La máquina diferencial
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—Interesante —respondió Mallory, que no terminaba de comprender cuál era el
           objetivo de su visitante.
               —Como  explorador  destacado  que  es  —siguió  Oliphant—,  ¿qué  diría  usted

           respecto  a  una  proposición  del  tipo  siguiente?  —La  mirada  de  aquel  hombre,  por
           curioso  que  fuera,  parecía  haber  quedado  clavada  en  un  espacio  intermedio—.
           Supongamos, señor, que se fuera a explorar no la inmensidad de Wyoming, sino una

           esquina concreta de nuestro propio Londres...
               Mallory asintió sin entender nada, y durante un momento se planteó la posibilidad
           de que Oliphant estuviese loco.

               —¿No  podríamos  entonces,  señor  —continuó  el  hombre  con  un  ligero
           estremecimiento,  quizá  debido  al  entusiasmo  contenido—,  realizar  investigaciones
           del todo objetivas, completamente estadísticas? ¿No podríamos examinar la sociedad,

           señor,  con  una  precisión  e  intensidad  novedosas?  Desentrañaríamos  de  ese  modo
           nuevos principios, teoremas extraídos de la miríada de agrupamientos de la población

           a lo largo del tiempo, de los más oscuros recorridos de las divisas al pasar de mano en
           mano,  de  los  turbulentos  flujos  del  tráfico...  Temas  que  ahora  consideramos  con
           vaguedad, asuntos políticos, asuntos sanitarios, servicios públicos; ¡pero percibidos,
           señor,  como  si  los  contemplara  un  ojo  científico  que  todo  lo  investiga  y  todo  lo

           domina!
               Había demasiados destellos de entusiasmo en la mirada de Oliphant, un repentino

           fuego abrasador que demostraba que su aire de languidez no era sino una farsa.
               —En  teoría  —interpuso  Mallory—,  esa  perspectiva  parece  prometedora.  En  la
           práctica  dudo  que  las  sociedades  científicas  pudieran  proporcionar  los  recursos
           mecánicos necesarios para abordar un proyecto tan amplio y ambicioso. Yo mismo he

           tenido que luchar con denuedo para fijar un simple análisis de tensión de los huesos
           que he descubierto. Existe una demanda constante del trabajo de las máquinas. En

           cualquier caso, ¿por qué iba a enfrentarse la Sociedad Geográfica a este asunto? ¿Por
           qué quitarle fondos al necesario trabajo de exploración en el extranjero? Yo diría que
           quizá una consulta directa en el Parlamento...
               —Pero  el  Gobierno  carece  de  la  visión  necesaria,  del  sentido  de  la  aventura

           intelectual, de la objetividad. Pero supongamos que fueran las máquinas de la policía
           en lugar de, digamos, las del Instituto Cambridge. ¿Qué diría usted entonces?

               —¿Las máquinas de la policía? —se sorprendió Mallory. La idea resultaba de lo
           más extraordinaria—. ¿Cómo iba a acceder la policía a prestar sus máquinas?
               —Las máquinas están con frecuencia ociosas durante la noche —fue la respuesta

           de Oliphant.
               —¿De  veras?  Vaya,  qué  interesante...  Pero  si  esas  máquinas  se  pusieran  al
           servicio de la ciencia, señor Oliphant, me imagino que otros proyectos más urgentes

           consumirían  de  inmediato  el  tiempo  de  giro  ocioso.  Una  propuesta  como  la  suya




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