Page 93 - La máquina diferencial
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Japón. A finales de año pasado.
               —Un ultraje a nuestra embajada en Japón, ¿estoy en lo cierto? Un diplomático
           resultó herido, ¿no es así? Yo estaba en América...

               Oliphant dudó, luego dobló el brazo izquierdo, se subió la manga de la chaqueta y
           el puño inmaculado, y reveló una cicatriz roja y arrugada en la articulación exterior
           de la muñeca izquierda. Una cuchillada. No, peor que eso: un golpe de sable, en los

           tendones. Mallory observó por primera vez que dos de los dedos de la mano izquierda
           de Oliphant estaban doblados de forma permanente.
               —¡Es  usted,  entonces!  ¡Laurence  Oliphant,  el  héroe  de  la  legación  de  Tokio!

           Ahora me acuerdo del nombre. —Mallory se atusó la barba—. Debería haber puesto
           eso en su tarjeta, señor, y lo habría recordado al instante.
               Oliphant se bajó la manga. Parecía un tanto avergonzado.

               —Una herida de espada japonesa es una extraña carta de presentación...
               —No cabe duda de que sus intereses son muy variados, señor.

               —A veces uno no puede evitar ciertos compromisos, doctor Mallory. En el interés
           de la nación, como si dijéramos. Creo que usted también conoce bien esa situación.
               —Me temo que no lo sigo...
               —El profesor Rudwick, el fallecido profesor Rudwick, desde luego sabía algo de

           ese tipo de compromisos.
               Mallory comprendió entonces la naturaleza de la alusión de Oliphant, y habló con

           brusquedad.
               —En su tarjeta, señor, dice que es usted periodista. Estos no son asuntos que uno
           discuta con un periodista.
               —Me temo que su secreto dista mucho de ser hermético —replicó Oliphant con

           cortés desdén—. Todos y cada uno de los miembros de la expedición que hizo usted a
           Wyoming saben la verdad. Quince hombres, algunos menos discretos de lo que cabría

           esperar. Los hombres de Rudwick también conocían sus actividades encubiertas. Los
           que organizaron el asunto, los que le pidieron que llevara a cabo su plan, también lo
           saben.
               —¿Y cómo es, señor, que usted también lo sabe?

               —He investigado el asesinato de Rudwick.
               —¿Usted  cree  que  la  muerte  de  Rudwick  estuvo  vinculada  a  sus...  actividades

           americanas?
               —Sé bien que tal es el caso.
               —Antes de seguir adelante debo asegurarme de dónde nos encontramos, señor

           Oliphant.  Cuando  dice  «actividades»,  ¿a  qué  se  refiere  con  exactitud?  Hable  con
           claridad, señor. Defina sus términos.
               —Muy bien. —Oliphant parecía afligido—. Me refiero al organismo oficial que

           lo  persuadió  para  que  llevara  de  contrabando  rifles  de  repetición  a  los  salvajes




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