Page 94 - La máquina diferencial
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americanos.
               —¿Y el nombre de ese organismo...?
               —La Comisión de Libre Comercio de la Real Sociedad —respondió Oliphant con

           paciencia—. Que existe, en su papel oficial, para estudiar las relaciones comerciales
           internacionales. Aranceles, inversiones y demás. Su ambición, me temo, va más allá
           de esa autoridad.

               —La Comisión de Libre Comercio es una rama legítima del Gobierno.
               —En el reino de la diplomacia, doctor Mallory, sus acciones podrían interpretarse
           como una forma de armar de manera clandestina a los enemigos de naciones con las

           que Gran Bretaña no está oficialmente en guerra.
               —Y yo he de llegar a la conclusión —espetó Mallory con tono airado— de que
           usted no ve con buenos ojos...

               —... el tráfico de armas. Aunque tiene su lugar en el mundo, no se equivoque. —
           Oliphant  volvió  a  asegurarse  de  que  no  los  oyera  nadie—.  Pero  nunca  lo  deben

           emprender fanáticos nombrados a sí mismos que tienen una noción desmesurada de
           su papel en la política exterior.
               —¿No  le  gusta  entonces  que  haya  aficionados  en  el  juego?  Oliphant  miró  a
           Mallory  a  los  ojos,  pero  no  dijo  nada.  —¿Lo  que  quiere  son  profesionales,  señor

           Oliphant? ¿Hombres como usted? Oliphant se inclinó hacia delante, con los codos
           apoyados  sobre  las  rodillas.  —Una  agencia  profesional  —dijo  con  precisión—  no

           abandonaría a sus hombres
               para que los destriparan agentes extranjeros en pleno corazón de Londres, doctor
           Mallory. Y eso, señor, debo informarle que está muy cerca de la situación en la que se
           encuentra  usted  hoy.  La  Comisión  de  Libre  Comercio  no  seguirá  ayudándolo,  por

           muy bien que haya hecho usted el trabajo que le encomendaron. Ni siquiera le han
           informado de que su vida está amenazada. ¿Me equivoco, señor?

               —Francis Rudwick murió durante una riña en un garito de carreras de ratas. Y
           eso fue hace meses.
               —Eso  fue  el  pasado  enero,  hace  solo  cinco  meses.  Rudwick  había  vuelto  de
           Texas,  donde  había  estado  armando  en  secreto  a  la  tribu  comanche  con  rifles

           proporcionados por su Comisión. La noche del asesinato, alguien intentó acabar con
           la vida del antiguo presidente de Texas. El ex presidente Houston se salvó por muy

           poco. Su secretario, un ciudadano británico, fue brutalmente acuchillado y murió. El
           asesino sigue en libertad.
               —¿Así que cree que un texano mató a Rudwick?

               —Creo  que  es  casi  seguro.  Las  actividades  de  Rudwick  quizá  no  sean  muy
           conocidas aquí en Londres, pero son bastante obvias para los infelices texanos, que
           extraen con cierta regularidad balas británicas de los cadáveres de sus compañeros.

               —No me gusta el modo en que describe usted el asunto —señaló Mallory con una




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