Page 281 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala             Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/  El manuscrito carmesí

                     Un par de años de cansino tedio, de voluntario letargo  para desmemoriarse, para
               desaprender, para postergar el pasado. Qué inmenso plazo visto desde ahora. Quizá antes
               de mirar al futuro, si es que eso existe, haya que cerrar mucho tiempo los ojos: dormir, o
               simular dormir. O quizá lo contrario: abrir los ojos como platos, pero sólo para el presente,
               para observar con minuciosidad cómo crecen el mirto y la alhucema.

                     Por la ventana entra el sol como un lebrel dorado. Se arrastra hasta mis pies sobre la
               alfombra; lame estos papeles en que escribo.
                     Cada día es más fuerte; el clima es extremoso aquí.  El que se acerca va a ser un
               verano candente.
                     Hoy he tenido que refugiarme en el interior; fuera, hasta la sombra ardía, a pesar de la
               hora. He paseado a solas. Me alejé más de lo que suelo de la casa, y de súbito descubrí
               que estaba canturreando.
                     Sentí, no sé por qué, un poco de rubor. ¿De qué? ¿De estar alegre?
                     ¿De estar alegre sin conciencia de estarlo, que es la mejor, o la única, forma de la
               alegría? Muchas tenebrosidades me rodean; sin embargo, el corazón del hombre es como
               un pozo: puede haber alacranes en él y también agua clara. ¿Habré de resistirme a esta
               bonanza porque sea un poco torpe? ¿No será mi desvelo por olvidar, diariamente reiterado,
               lo que me impide de veras olvidar? ¿Cuándo  aprenderé a abandonarme, a desasirme, a
               dejar que la vida me maneje sin tratar de imponerle mis criterios?

                     “Aunque el alba sea oscura, el día está al llegar; cualquier rostro que gire hacia el sol
               será tan luminoso como el amanecer.”

                     Ayer lo leí. El poeta que lo escribió, como todo auténtico poeta, tiene razón porque
               tiene mucho más que razón.

                     “La noche partió el labio de mi  alma con la dulzura de su conversación; estoy
               sorprendido de que alguien diga ‘la verdad es amarga’.
                     El alimento de los mortales procede de su exterior, pero el del amante de la vida está
               dentro: él regurgita y mastica como lo hace un camello.
                     Ningún hombre razonable conocerá nunca el éxtasis que cabe en la cabeza de un
               borracho.
                     Si el Paraíso no girara perplejo y enamorado lo mismo que un derviche, se cansaría
               de su giro y gritaría: ‘Basta. ¿Hasta cuándo, hasta cuándo?’”

                     Anoche entró Farax en mi alcoba. Todo el campo era grillos que habían reemplazado
               a las chicharras; no a todas: algunas persistían, alentadas por el calor que no cedió con el
               crepúsculo.  Farax, sin hablar, se quedó de pie  frente a mí mucho tiempo.  Hasta que yo,
               entendiéndolo, sonreí. Hizo entonces ademán de marcharse; pero antes preguntó:
                     —¿No necesitas nada?
                     —Sí —contesté.

                     Moraima no mejora con el calor.
                     Permanece inmóvil, con los ojos perdidos y las manos cruzadas sobre el regazo. Sólo
               cuando yo le hablo finge algún interés; pero hasta tal punto ha de hacerse violencia para
               fingirlo, que dudo si obro bien al dirigirme a ella. Un anochecer en que la temperatura se
               suavizó, quise animarla. Le propuse recitarle poemas, solos los dos, o llamar a los músicos,
               o visitar el jardín que ya está tachonado de jazmines. Había luna creciente y se exhibía la
               noche casi obscena.
                     Moraima, sonriendo, negaba con la cabeza.

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