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JESÚS — UN MAESTRO VERDADERAMENTE DEFINITIVO

                  III. Ya que Jesús es «la vida», sin Él estamos muertos.
                  Juan había escrito previamente acerca de Él: «En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los
                  hombres»  (Jn.  1:4).  Cristo  mismo  afirmó:  «Yo  he  venido  para  que  tengan  vida,  y  para
                  que la tengan en abundancia». También le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida; el
                  que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn.
                  11:25-26). De acuerdo con esto el pecador, sin Cristo, está muerto (Ef. 2:1, 5; 5:14; 1 Tim. 5:6;
                  Ro. 6:13; Col. 2:13; Apo. 3:1). Jesús no solamente es el origen de toda vida física (Gén. 1:26; Jn.
                  1:3-4), sino que es la sola y única fuente de la vida espiritual (1 Jn. 5:12; 4:9; Jn. 3:16-17; 6:48) y
                  de la vida eterna (1 Jn. 5:11).

                                                        Conclusión

                  Thomas A. Kempis, comentando Juan 14:6, observaba de manera hermosa: «Yo soy el camino,
                  la verdad, y la vida. Sin el camino no tenemos adónde ir; sin la verdad no hay conocimiento; sin
                  la vida no hay existencia. Soy el camino que deberías seguir; la verdad que deberías creer; y la
                  vida que deberías anhelar».

                  En el texto que acabamos de estudiar, Jesús amorosa pero categóricamente expresa nuestra
                  irrevocable, absoluta e inescapable dependencia en Él. Y nadie necesita estar «sin Él». Esto es
                  enfatizado en aquellos «con Él» que encontramos en Col. 2:3. Hemos «muerto con Cristo» (Col.
                  2:20),  hemos  sido  «sepultados  con  Él»  (Col.  2:12),  «resucitados  con  Cristo»  (Col.  3:1),
                  «escondidos  con  Cristo»  (Col.  3:3),  «completos  en  Él»  (Col.  2:10),  y  un  día  seremos
                  «manifestados con Él en gloria» (Col. 3:4).
































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