Page 110 - Tito - El martirio de los judíos
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miedo tragándose todo lo que tenía al alcance de la boca, que llenaba a
                manos llenas.

                —Sereno, mis guardias bastarán para dispersar a sus jóvenes reclutas,
                que sólo se han alistado por las gratificaciones con que los ha untado.
                La plebe aclamará a Vespasiano y a su hijo Domiciano cuando yo se lo
                pida. Confía en mí, Sereno.

                Me dio unas palmadas condescendientes en el hombro y me invitó a
                quedarme en su casa. Decliné su invitación.


                Con el rostro oculto tras un faldón de mi túnica y la cabeza gacha, salí
                del barrio del Palatino, del Capitolio, de los templos y del Senado hacia
                la otra orilla del Tíber, el barrio judío.


                Me encontré con Toranio, el discípulo de Cristo, y me acogió en aquel
                sótano donde cada noche se reunían una veintena de creyentes.

                Estábamos en otoño, y el invierno no iba a tardar en llegar.


                Yo tiritaba de frío. Pensaba en el cielo y la tierra de Judea, en el dios
                salvador, Cristo, y en el emperador salvador, Vespasiano.


                Escuché —y repetí— las oraciones de los fieles de Cristo.


                Estaban arrodillados frente a un altar levantado contra una de las
                paredes del sótano.

                Toranio oficiaba de pie, alzando las manos con las palmas hacia arriba,
                dibujando con un movimiento de los dedos una cruz que los creyentes
                reproducían con gesto lento, cabizbajos.

                Luego Toranio habló, anunciando el final de los tiempos.


                Dijo que la tierra había vuelto a temblar. Una negra humareda escapaba
                de las entrañas del mundo. Del agrietado suelo salían con fuerza piedras
                ardientes y ceniza. Pronto, todos los hombres serían juzgados. Los
                muertos resucitarían, al igual que Cristo el crucificado.


                Entonces empezaría la vida eterna.

                Una noche en que dormitaba tumbado entre los cuerpos de algunos
                fieles que, tras la oración, se quedaban a descansar en el sótano de
                Toranio, se oyeron unos gritos cada vez más fuertes. Voceaban que
                Vitelio había incendiado Roma.

                Salí.


                Un resplandor rojizo alumbraba el cielo por encima del Capitolio.






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