Page 108 - Tito - El martirio de los judíos
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                CREÍ que jamás volvería a ver el cielo de Judea.

                Vivía oculto en el sótano de una casa en ruinas, en la orilla derecha del
                Tíber, en el barrio judío.

                En vez de viajar de Cesarea a Alejandría, me desplacé a Roma por
                orden de Vespasiano.


                Debía encontrarme con el hermano del emperador, Flavio Sabino, que
                era prefecto de la ciudad.

                Vespasiano quería evitar la guerra civil y esperaba que su hermano
                fuera lo suficientemente hábil para convencer a Vitelio de que abdicara.
                Había que atemorizar a quien seguía siendo emperador, anunciarle que
                las tropas de Muciano habían salido de Siria y estaban de camino hacia
                Roma. Que las legiones de Antonio Primo, procedentes de las provincias
                del Danubio, habían entrado en la Galia Cisalpina. Pero Flavio Sabino
                también podía prometer a Vitelio salvar la vida y una recompensa de
                cien mil sestercios.


                Vespasiano añadió haciendo una mueca:


                —Eso debería bastarle a ese borracho. No quiero que un solo ciudadano
                de Roma arriesgue la vida por expulsar a Vitelio. Debe caer como la
                fruta podrida que es.


                El emperador me dio un abrazo, y también Tito me apretó contra su
                pecho. Ambos me agradecieron que aceptara.

                —No olvido a quienes me han servido con lealtad y valentía —me dijo
                además Vespasiano.

                ¿Qué podía yo hacer, sino inclinarme y partir hacia Roma?


                Apenas entré en la ciudad, reconocí el olor a muerte que había infestado
                las últimas semanas del reinado de Nerón.


                Sobre los adoquines yacían cadáveres despedazados por los perros
                vagabundos. La gente pasaba por encima sin parecer verlos.


                Oí los gritos de la plebe aplaudiendo a Vitelio en el Gran Circo. El
                emperador ofrecía como carnaza para las fieras a los sospechosos que
                sus delatores le habían señalado. La multitud lo aclamaba, le juraba
                fidelidad, le pedía que resistiera a los ejércitos de Vespasiano, de los que





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