Page 107 - Tito - El martirio de los judíos
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ciudad si los locos que se encuentran en ella se niegan a rendirse. Y
también conozco a Eleazar, a Juan de Gischala, a Simón Bar Gioras:
pelearán como yo peleé en Jotapata. ¡Y mira el resultado! Es cierto que
aparentemente he traicionado, pero para que haya un judío que pueda
transmitir su fe, sus tradiciones, y relatar esa guerra que solamente
cesará con la destrucción de nuestras ciudades y la dispersión de
nuestro pueblo. Lo sé.
—¿Te lo ha anunciado tu dios?
—No he necesitado a Dios para saberlo. Basta con ser un hombre.
Escucha a Tito, escucha a los tribunos militares. Escucha a Vespasiano.
La paz romana exige sometimiento. Aquellos que se resistan acabarán
muertos o esclavizados.
—Tú resististe, Josefo, y ahora eres libre y llevas el apellido del
emperador.
—Soy esclavo, Sereno. He elegido vivir a cambio de mi dignidad.
Apretó mi mano y recordé los dedos huesudos de Ben Zacarías
alrededor de mi muñeca.
Ni él ni Josefo eran esclavos o vencidos. Se lo dije. Me soltó la mano y se
puso a caminar.
—Están los que optan por luchar hasta la muerte —susurró— y aquellos
que, como yo o como Ben Zacarías, eligen sobrevivir. Puede que seamos
traidores, Sereno, pero sin los supervivientes que recuerdan su lucha,
las muertes resultan inútiles. Yo quiero que cada judío que los romanos
maten vuelva a nacer en mis escritos. Así sobrevivirá mi pueblo,
conservará sus tradiciones, mantendrá su fe y seguirá siendo el elegido
de Dios.
Nos dirigimos hacia el palacio de Vespasiano cuando el alba se estaba
levantando sobre la tierra de Judea.
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