Page 131 - Tito - El martirio de los judíos
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                PERMANECÍ arrodillado no lejos del cuerpo de aquel judío crucificado.

                Oí los gritos de furor y odio que se elevaban desde las murallas.


                Vi a esos hombres apretujándose frente a la cruz, esgrimiendo sus
                armas o alzando el puño.


                La muerte alimentaba la venganza generadora de muerte.


                Me incorporé.

                La sangre de mi herida se había secado y caminé cojeando hasta Tito.
                Quería decirle lo que sentía, que supiera que otro judío, hacía apenas
                ocho lustros, también había sido crucificado en esta tierra de Judea,
                quizá a sólo unos cientos de pasos de la cruz que acababan de levantar.


                Y que ese judío, Cristo, había resucitado.


                Y puede que ocurriera lo mismo con todos los hombres muertos
                injustamente y que sus discípulos formaran una cohorte invencible.

                Tito me vio, se acercó a mí.


                Me puso la mano sobre el hombro, ladeó la cabeza, vio la sangre que me
                manchaba el muslo.


                —Te vamos a vengar, Sereno —susurró—. Por cada gota de sangre
                romana vamos a hacer correr torrentes de sangre judía.


                Estuve a punto de contestar, pero ya se había dado la vuelta, había
                levantado el brazo y los golpes sordos de los arietes arremetiendo
                contra el primer recinto resonaron como el trueno.


                Más de cien hombres empujaban uno de los arietes, protegidos de
                flechas y piedras por sus escudos yuxtapuestos sobre sus cabezas.


                A ese ariete lo llamaban el Vencedor, pues nada se le resistía. Cada vez
                que su enorme masa golpeaba el primer recinto, éste se tambaleaba.

                Me imaginaba a los judíos intentando apuntalarlo por el otro lado.


                Entonces vi avanzar las helepolas, torres montadas sobre ruedas,
                cubiertas con hierro y más altas que la muralla. Los arqueros y






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