Page 133 - Tito - El martirio de los judíos
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Flavio Josefo se detenía a cada paso, reconocía una casa, un puesto,
                daba el nombre de un lanero, de un herrero, de un tejedor. En cada caso
                parecía estar pronunciando una oración fúnebre.

                Repetía con voz angustiada: «¿Dónde estarán?».


                Algunos vinieron hacia nosotros, con las manos abiertas.

                Tito se dirigió a ellos. No quería incendiar ninguna casa. No detendría a
                ningún ciudadano de Jerusalén dispuesto a someterse a las leyes de
                Roma. Permitiría que cada pueblo honrara y rezara a su dios como le
                pareciera. Se comprometía a respetar el Templo.

                En cuanto a los combatientes, podrían salir de la ciudad para evitar su
                destrucción y para que el pueblo dejara de padecer los combates.

                Unos soldados se adelantaron por las callejuelas con los judíos, quienes
                repetían las propuestas de Tito.


                Y, de repente, se volvieron a oír gritos, armas entrechocándose.


                De los tejados, de los subterráneos, de las casas aparentemente
                abandonadas surgieron judíos que acosaron y mataron a los soldados.
                Destriparon a los judíos que se habían rendido.


                El barrio se había convertido en una ratonera de la que los soldados no
                podían salir, pues la brecha abierta en la segunda muralla era
                demasiado estrecha para permitir que todos pasaran. Se precipitaban
                hacia ella, se atropellaban, caían, y los judíos los mataban.


                Vi a Tito encabezando de nuevo las cohortes que se esforzaban en
                contener el asalto de los judíos para que sus compañeros pudieran salir
                de aquel sangriento laberinto.


                Cuando hubo escapado el último de ellos, resonaron los gritos de
                orgullo de los judíos.


                Luego cayeron unos cuerpos de lo alto del segundo recinto. Eran los de
                los judíos que se habían acercado a Tito, que habían aceptado rendirse
                y transmitido sus propuestas.

                —Van a matar a todos aquellos que no luchen —anunció Josefo.


                Se volvió hacia Tito y le espetó:

                —Joma esta ciudad, Tito, lo antes que puedas!


                Hubo que pelear durante tres días para volver a cruzar la segunda
                muralla y conquistar ese barrio del que los judíos nos acababan de
                expulsar.



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