Page 134 - Tito - El martirio de los judíos
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Pero ya nadie se acercó a nosotros con las manos abiertas.


                Y, con un gesto, Tito ordenó que saquearan y derribaran las casas. Los
                soldados se metieron atropelladamente en ellas y mataron a los escasos
                judíos que se ocultaron en los más recónditos escondrijos de sus
                viviendas.

                La venganza desembocó en el incendio de todo aquel barrio. El viento
                empujaba volutas de humo negro hacia la torre Antonia y el Templo,
                hacia el palacio de Herodes, sus torres y la última muralla.


                —En la guerra—observó Tito—, la piedad siempre es perjudicial. Los
                judíos creyeron que mis palabras eran la confesión a la vez que la señal
                de mi debilidad.


                Se acercó a mí.

                —Tú fuiste amigo de Séneca, Sereno —prosiguió—. Conozco sus escritos
                y leo en tus ojos lo que estás sintiendo.


                Tendió el brazo hacia el tercer recinto. Ya estaban luchando por él. Los
                arietes golpeaban el basamento de la muralla.


                Vi cómo se tambaleaban los bloques de piedra, se derrumbaban y se
                abría una brecha.

                Tito se adelantó unos pasos y yo lo seguí.


                Unos soldados se precipitaron sobre los escombros, en un intento de
                cruzar el recinto y entrar en ese barrio que se extendía hasta los muros
                del Templo y las torres de la fortaleza Antonia.

                Pero los judíos habían levantado una muralla de cuerpos para tapar la
                brecha, y de pronto ésta se vino abajo sobre los asaltantes.

                Vi a nuestros soldados sepultados bajo los cadáveres, a la vez que los
                judíos acometían, hundiendo sus lanzas en las carnes muertas y vivas.
                Luego se retiraron y sólo quedaron montones de muertos al pie del
                recinto.

                —¿Crees que me gusta ver esto? —suspiró Tito—. ¿Cómo se te ocurre
                pensar, ya que a veces lo piensas, que me gusta la guerra? La he hecho
                tantas veces y me conozco tan bien sus entresijos, que no me cuesta
                imaginar su final: la muerte de tantos hombres, el sufrimiento y la
                esclavitud para los supervivientes, y nuestra victoria.


                Apartó de una fuerte patada un cadáver judío medio cubierto por los
                escombros de una casa.







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