Page 150 - Tito - El martirio de los judíos
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parecía imposible de asaltar. Las helepolas y los arietes no podían llegar
                hasta él. La brecha del primer muro era demasiado estrecha, los
                asaltantes sólo podían deslizarse por ella en grupos pequeños y se
                convertían en blancos fáciles para los judíos, que se habían juntado en
                gran número en lo alto de ese segundo muro.


                Vi a Tito acercarse a los tribunos y a los centuriones, mirarlos de hito en
                hito uno tras otro, luego colocarse en el centro del círculo que dichos
                hombres formaban a su alrededor.


                Levantó su espada.

                —Es difícil asaltar ese muro —declaró con voz queda—. Pero los dioses
                están de nuestra parte. El hambre, la sedición, el asedio, las murallas
                cayendo una tras otra, ¿qué significa todo esto sino que la ira de los
                dioses ha caído sobre los judíos y que nos están aportando su ayuda?

                Se interrumpió y volvió a acercarse a los tribunos y centuriones.


                —Puede que atacando esa muralla vayamos a morir. Puede —repitió.

                Dicho esto retrocedió gritando:


                —¡Si la muerte no es gloriosa, el alma queda condenada a la tumba
                junto con el cuerpo! ¡Ningún valiente entre vosotros lo ignora: las almas
                a las que el hierro de un arma ha liberado de la carne durante la batalla
                son acogidas por el más puro de los elementos, el éter! Se instalan junto
                a las estrellas, y los combatientes caídos quedan convertidos en genios
                bondadosos, en héroes benévolos que se aparecen a sus descendientes y
                los protegen. Esas almas son inmortales.

                Cambió de tono y su cara expresó desprecio.


                —Pero —prosiguió— las almas que se consumen dentro de cuerpos
                enfermos, por libres que estén de mácula y deshonra, caen en un
                profundo olvido. Mueren con el cuerpo que las envuelve. A aquéllas les
                corresponde la gloria de la inmortalidad, a las demás el olvido. ¡Hoy es
                cuando toca elegir!

                Señaló la brecha. Entreví en la penumbra el segundo muro y las siluetas
                de los judíos que lo defendían.


                —¡Me avergonzaría de mí mismo —añadió— si el que abra camino no
                fuera envidiado por los bienes con que lo gratificaré! ¡Si sobrevive,
                mandará en quienes son hoy sus iguales; además, todos aquellos que
                caigan se llevarán la distinción al coraje y serán proclamados
                bienaventurados!

                Vi al tribuno Plácido salir de las filas, apretar el puño sobre su pecho a
                la altura del corazón y decir:





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