Page 156 - Tito - El martirio de los judíos
P. 156

Oí sus clamores cuando comprendieron que el Santuario, además de los
                edificios que lo rodeaban, los que contenían el tesoro de aquel pueblo,
                las valiosas monedas, la ropa para el culto, los candelabros, todo ello
                iba a quedar destruido, y que su dios estaba permitiendo que el incendio
                se propagara.


                A cada soldado lo embargaba una ebriedad incendiaria y mortífera.

                Todos se abalanzaban aullando, agarraban teas y las arrojaban hacia
                las salas todavía no alcanzadas por las llamas.


                Quemaban los pórticos cubiertos con metales preciosos y aquellos tras
                los cuales una multitud de mujeres y de niños se había refugiado,
                haciendo caso a sus sacerdotes, que les habían asegurado que se
                encontrarían a resguardo en esos lugares sagrados.

                Ahora miles de ellos eran pasto de las llamas.


                Vi a Tito llegar a la carrera hasta el Santuario, sin casco ni coraza, y
                gritar que había que atajar el incendio, que salvar ese lugar sagrado.

                Pero ningún soldado parecía oírlo.


                Me encontraba a su lado, entre los generales, cuando dio la orden a los
                centuriones de golpear a los legionarios que seguían atizando el
                incendio.


                Pero los soldados no parecían notar los golpes de asta que los
                centuriones les propinaban. No parecían estar viendo a Tito ni a los
                tribunos. Seguían lanzando sus teas. Querían entrar en el Santuario
                para matar a esos judíos que los habían vencido y que seguían luchando
                en medio de las llamas.


                No hacían caso de las órdenes de Tito. Pretendían seguir quemando y
                matando. Y los soldados que iban afluyendo empujaban a los que
                estaban delante de ellos, de modo que algunos caían a su vez en las
                llamas, ardían con esos judíos cuyos cuerpos se amontonaban en los
                escalones del Santuario.

                Incendiaban. Mataban. Saqueaban en los sótanos del Templo. Abrían los
                cofres llenos de monedas que los legionarios se llevaban por sacos.


                Nunca los soldados se habían topado con semejante botín. Tras meses
                de combate, hubo un día y una noche en que nada resistió, ni los muros,
                ni las altas puertas, ni los lugares sagrados, ni la disciplina. Ese día fue
                e129 de agosto.


                Todo judío, fuese quien fuese, era degollado. Todo edificio, incendiado.







                                                                                                   156/221
   151   152   153   154   155   156   157   158   159   160   161